Salgo de mi
forzada ausencia. Dejé de escribir transitoriamente en el blog por mor de las
enfermedades. No mías, aunque la verdad es que no anda uno ni en la flor de su
juventud, ni en el vigor del carnet de identidad con antigüedad de pocas décadas,
sino en los males y no suaves de la parienta a la que hace un mes hubieron de
intervenir quirúrgicamente. Va mejor y le dio gracias por ello a Dios y a su
hijo Jesucristo y a la Seguridad Social y a sus fenomenales médicos y personal
auxiliar que la mantienen a mi lado.
Pero no es
de esto de lo que quería hablar y lo que me ha movido a desprenderme de la bata
blanca de enfermero bisoño, sino de Fernando Carrasco que nos ha dejado a los
profesionales de la información huérfanos de su bondad y su categoría de periodista
y escritor.
Fernando ha
muerto de pronto. Con poco más de cincuenta años. Cuando su actividad como
cronista taurino y especialista en la información cofrade así como su
dedicación a la literatura novelística con títulos tan acreditados como «Inri», «El último imán de Ishbilya» y «El
hombre que esculpió a Dios» hacían
prometer un futuro de éxitos.
La última de
ellas se estrenó como obra de teatro el pasado 27 de febrero agotando todas las
localidades, incluso de las funciones añadidas por la gran afluencia de
público.
Me han dicho
que venía de presenciar una de las últimas representaciones cuando cayó
fulminado precisamente delante de la Maestranza y las asistencias que acudieron
en su socorro no pudieron hacer nada por mantenerle con vida.
Fernando era
compañero y amigo ejemplar. Pedí que me presentara una de mis novelas en la Fundación
Cruz Campo y no solo salió airoso de su cometido, sino que brindó a la
audiencia de aquel acto un compendio de excelente crítica literaria.
Lloro su
ausencia. Le he pedido a Carlos Peris que transmita mi pesar a su padre, veterinario de
la plaza de toros que fue presidente de las corridas hasta su jubilación. Ahora
lo hago público con estas breves líneas. Me parece un elemental deber de
justicia y de homenaje al amigo y compañero entrañable que nos acaba de dejar.
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