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La pauta será que, si su automóvil se queda atrancado en
las arenas, bajo la caricia ardiente de un sol abrasador, surgirá a su alrededor
una legión de voluntarios que le invitarán a descender, le conducirán a un
reducto de sombra acogedora, le invitarán a cerveza fresquita y sacarán a su vehículo
de la trampa esponjosa poniéndole nuevamente en situación de circular.
Usted sabrá entonces que está en el Rocío. Un milagro de
generosa convivencia que se repite anualmente y que congrega una multitud cada
vez más difícil de calcular.
Nadie sabe lo que es esta romería si no ha estado en ella
alguna vez. Ya es historia, un año más. Han vuelto a llorar los pinos del Coto
despidiendo a las carretas y el tiempo no se ha detenido atendiendo la súplica
del padre Quevedo.
Los almonteños han protagonizado otra vez el rapto de su
altar de la mocita más bella del universo y su organización, la Hermandad Matriz,
ha dado nuevamente pruebas de eficacia en la dirección de tan magno
acontecimiento.
Es tal vez la hora de la reflexión y a mí que no me
duelen prendas escribir lo que antecede en cuanto tiene de lisonja, tampoco me
va a temblar el pulso para decir que viendo en la magnífica transmisión que
hizo Canal Sur de la Misa de Pentecostés a tantos peregrinos encabezados por
las autoridades civiles y militares invitadas tostarse ante el sol inclemente
durante las dos horas y media largas que duró la ceremonia, supone que esta celebración
litúrgica será situada en el futuro en otro lugar en sombras y, por supuesto, reducida
a una duración razonable.
Ítem más: con el presidente de la Matriz vestido
elegantemente de flamenco, o sea y para entendernos, de corto, como solía
presentarse aquel almonteño inolvidable cuando ocupaba el puesto que fue Ángel
Díaz de la Serna.
Detallitos para que todo resulte irreprochable porque, como
escribiera Gabriel Hurtado para los Amigos de Gines,
“Al que no crea en el Cielo – yo le digo convencío – que cualquier
cosa es posible – con la Virgen del Rocío”
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