Mi capacidad de sufrimiento es una peculiaridad de mi
carácter que, de vez en cuando, me proporciona inesperadas sorpresas.
La más reciente está relacionada con la emisión
televisiva de los Premios Goya y, en este caso, me he descubierto con una
soterrada predisposición a la mortificación digna de seminarista propenso a la
utilización de silicios.
Acababa de tragarme sin pestañear la introducción del
nuevo humor? del dúo que forman Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla a lo que había
seguido el vómito sobre El Langhi y había oído con la incredulidad correspondiente
el alegato de Arturo Valls conocido como presentador del concurso televisivo “Ya
caigo” diciendo que “no era una noche para reivindicar y que se debería hablar
más de cine y de lo que cuesta producir una película”.
Esto dicho después de que Isabel Coixet, la directora
premiada de “La librería” pidiera “más mujeres en el poder que es lo que hace
falta” se valoró inmediatamente como un patinazo inconmensurable y yo pensé que
Valls había vuelto a hacer la gallina, imitación gutural que tan bien le sale
cuando coordina su concurso.
Mi gente cuando me descubrió ante la inclemente pantalla
clamó alarmada y corrió a zapear con el mando a distancia buscando un programa
sustituto. Luego me tomaron el pulso y la tensión arterial y se quedaron un
buen rato a mi lado hasta que dedujeron que me había restablecido.
Televisión debía avisar con tiempo de amenazas como ésta
que, además, y, por si fuera poco, patrocina una colonia que se llama Agua de
Sevilla. Espero que no me la regalen nunca.
Siempre echo de menos a Evaristo Acevedo, el columnista
de La Codorniz, la revista más audaz para el lector más inteligente, como se
calificaba, creador de “la cárcel de papel” su columna en el semanario
satírico, donde encausaría a los autores y cómplices responsables de la
transmisión y del hecho delictivo.
Su colectivo de reclusos habría aumentado anoche al menos
con tres internos más.
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