Las familias no hablan entre sí. Los niños se relacionan
con las maquinitas que llevan a todas partes. Los matrimonios abandonan eso tan
saludable de poner en común mediante el
intercambio de pareceres todo lo que tanto afecta a la pareja como es el
desarrollo de la vida matrimonial y la educación de los hijos. Los jóvenes
dialogan entre ellos, pero siempre con la mediación del artilugio informático,
cada vez más desarrollado y más exigente con la dependencia sin fisuras.
Estamos siendo invadidos por las maquinitas. Se llamen
como se llamen: móviles... smartsphones...
tablets...
Odio las maquinitas. Cavan una profunda sima en la
comunicación entre abuelos y nietos y esta circunstancia no es nada baladí y me
afecta profundamente por razones de edad.
Niño criado por abuelo, nunca muchacho bueno, decía el
antiguo refranero. Hoy las maquinitas ni siquiera nos dejan a los abuelos
malcriar a nuestros nietos. Para eso están ellas que a saber qué les ofrecen y
con qué propósito.
Cada vez que aparece en la tele un pedagogo, un médico o
cualquier sociólogo y habla de los efectos de los móviles y sus desarrollados
sucedáneos corro a llevar sus avisos a quienes considero responsables domésticos
del uso sin medida ni control de estos artilugios.
No creo ser timorato, ni asustadizo, ni ignorante. Y
mantengo mi curiosidad y agradecimiento a las ventajas de la modernidad. Pero
tengo los ojos abiertos. Y no me gusta nada esta invasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario