Y sigo hablando de Carlos Peris porque en esta zarabanda
de la vida y de la muerte, en esta continua sucesión entre el Alfa y el Omega
en que se mueve nuestra existencia, le ha tocado ser protagonista de uno de sus
últimos capítulos.
Estaba viendo Telesur que ahora no se llama así porque
carece de rótulo de cabecera, pero siempre se ha titulado con este nombre el
informativo territorial de la Tele desde que yo trabajaba en él, cuando el
locutor dijo que se había muerto Ramón Vila.
Al rato encendí el ordenador y ya estaba en la edición
digital de Diario de Sevilla un magnífico artículo necrológico firmado por
Carlos Peris.
Me acordé del poeta José Zorrilla dándose a conocer leyendo
unos poemas suyos en el entierro de Larra.
Si Peris no fuera ya el gran periodista que es y así no
estuviera reconocido, le serviría este texto para encumbrarle a la cima donde ya
está.
Tan apropiado es el rostro del presentador del actual Telesur
para leer una mortuoria como las líneas apresuradas pero perfectas de recuerdos
y conformación literaria del trabajo de mi amigo.
A Ramón Vila me unía también el fuerte lazo de la
amistad. Conocí y traté mucho a su padre, el doctor Vila Arenas, al que un día
ví operar en el quirófano de la enfermería de la plaza, con las gafas
acaballadas en mitad de la nariz y la energía que emanaba de su formación
profesional para tomar decisiones que salvaban vidas.
Buen maestro tuvo Ramón con el que luego seguí
coincidiendo tanto en la plaza de toros, como en su Carrión de los Céspedes
familiar y la playa de la Antilla donde veraneaba.
Le lloran los toreros. Le dí un abrazo hace unos días en
la entrega de premios de la Fundación Cruz Campo. Le lloro ahora yo y no me avergüenza
reconocerlo.
Menos mal que lo recordó Peris en el Diario de Sevilla,
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