Hoy no hubiera podido ser. Al poeta novel José Zorrilla le
habría resultado imposible darse a conocer en el entierro de Mariano José de
Larra leyendo en el cementerio un poema necrológico dedicado a su memoria.
Repasé el texto completo el pasado noviembre, servido con
presteza por Internet.
En la actualidad eso sería imposible porque antes habrían
aparecido en las páginas de los periódicos textos bellísimos escritos por los
amigos del difunto.
Es lo que ha sucedido con la muerte de Rafael de Cózar a
quien yo conocí tiempo ha y del que lamento su desaparición y el sorprendente
suceso que la ha amparado.
A su finalidad enunciativa, la prensa añade la explicativa.
La simple exposición de lo que acontece, superado hoy por la radio, la
televisión y hasta por los mensajes de los móviles, se viene completando con la
justificación de los hechos y su análisis en profundidad.
Pero a estos objetivos se suma ya un depurado gusto por las
formas que, si en lo estético adquiere su reflejo en maquetaciones ágiles, en
lo literario asciende a elevadas cimas.
Acaba de ocurrir con este óbito. Ante el féretro del escritor
fallecido han venido a caer los crisantemos de los más inspirados y sentidos
textos. Y la ofrenda luctuosa se ha repetido ante la esquela mortuoria del
pintor Juan Roldan.
El giro de la guadaña sigue haciendo estragos.
Entre los crespones de luto me aflige personalmente el de mi
hermano del Calvario Juan Domínguez Pineda, ejemplar padre de familia numerosa,
servidor eficacísimo de la Hermandad con
sus consejos, su mediación y su influencia desde su despacho de director
de banco importante y nazareno sacrificado y humilde hasta que el deterioro de
su corpachón de inflexible chopo lo postró en su silla de ruedas.
1 comentario:
Muy bueno el contenido
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