No cabe la menor duda de que el acto
en sí pasará a la historia.
Parecía que en su estructura no
cabía innovación alguna. Pero no era cierto. Y ahora se ha demostrado. El
término de la pieza oratoria guardaba una sorpresa espectacular: el
acompañamiento de las palabras del orador por la Banda Sinfónica Municipal de Música
interpretando los últimos compases de Estrella Sublime. Era la primera vez que
se hacía. Chano Amador, mi amigo y compañero entrañable, al que citó
acertadamente el presentador en la relación de cofrades desaparecidos, que
tantas estrías postreras de microsurcos eligió en la discoteca de la Cope para
rubricar los finales de guiones de Saeta, habría disfrutado lo indecible.
Pero tuvo también el jovencísimo
médico ginecólogo y acreditado poeta, elegido este año por el Consejo para
cantar la Semana Santa, otros aciertos numerosos. Fue fiel a sí mismo.
Cumplidor de sus promesas. No buscador de aplausos y cultivador a ultranza de
esa sevillanía creyente e intelectualmente bien formada que debe exigirse como esencia elemental a
todo exaltador de la fiesta religiosa más importante de la ciudad.
Consiguió el pregonero momentos
sublimes de emoción popular rubricados con largos aplausos de los que cabe
destacar los párrafos dedicados a las Hermanas de la Cruz, al Señor del Gran
Poder, a la Macarena, al Cachorro y al Cristo de la Buena Muerte.
Al alma me llegó como puede
suponerse lo que dijo de mi Cristo del Calvario y a lo largo de toda su
intervención la lectura de su hermoso y poético texto concebido con un lenguaje
literario que expuso con normalidad, sin exageraciones, ni gestuales ni
sonoras.
El Pregón estuvo precedido por la
obligada presentación del pregonero que, como es protocolario, corrió a cargo
del capitular delegado de fiestas, Gregorio Serrano. A mi juicio una de las
mejores intervenciones que se han oído a lo largo de la histórica serie de estas
introducciones anunciadoras de los días sacros.
Fue en suma lo que se esperaba. Y yo
diría que algo más: Un pregón al uso, pero distinto, diferente. Como una
inspirada partitura con coda final.
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