Lo de la saeta del Cuevas a la
Virgen del Rocío culminada con la coda espectacular al Rey de España empieza a
dar que hablar en esta Semana Santa que, con toda probabilidad, acaba de encontrar
su momento más brillante.
Pero hay otras instantáneas sentimentales
que salen brevemente de la intimidad para mostrarse auténticas y arrebatadoras
merced a la amable indiscreción de los micrófonos y las cámaras de la tele
local.
Nunca jamás se ha producido tal derroche de captación de momentos
cofrades con tan atrevido y generoso despliegue televisivo por los rincones de
la ciudad.
Rivalizan en calidad y buen servicio
la tele del Correo, la Ocho y Canal Luz.
Se ve más y se recibe mejor lo que
está sucediendo sentado cómodamente ante el televisor manejando el mando a
distancia. Y así nos enteramos del deterioro de algunos viejos capataces hoy
enfermos a quienes sus cuadrillas dedican levantás emocionantes…de las
ausencias irreparables de los hermanos que fallecieron y de las mediaciones
milagrosas de algunas imágenes prestigiosas como los más reputados galenos en las camas de los hospitales.
Yo me enteré del homenaje íntimo que
le hicieron a mi hijo Javier que se retiraba como costalero tras 25 años de
duro ejercicio bajo las trabajaderas.
Javier era el nazarenito chico que
manchaba con los churretes de sus lágrimas los cristales del balcón por padecer hepatitis y no poder salir en el Buen Fin que yo
mencioné en mi Pregón.
Un cuarto de siglo ha pasado desde
entonces. Pasa el tiempo. La Semana Santa, no.
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