En mi caso no ha sido uno, sino dos. Pero cada vez que lo
proclamo en una reunión siempre hay quien me gana: Pues a mí, cinco… yo tengo
tres… Hay quien puede presumir de números más altos, lo que constituye un
alarde que engrandece a la medicina andaluza.
El stent es un pequeño tubo de malla de metal que se expande donde se sitúa que los nuevos cardiólogos, que
son unos manitas, le introducen a las arterias coronarias cuando éstas empiezan
a dar la lata. No lo hacen como antes, abriendo al enfermo en canal y llegando
al corazón para repararlo, sino a modo de barbería antigua, acostando al
paciente en la mesa de operaciones y poniéndose a su lado ante un televisor de
plasma en cuya pantalla usted es el protagonista, pero desde dentro de su
cuerpecito serrano.
Le tapan lo conveniente con unos limpísimos paños verdes que
despliega por encima de su abdomen uno de los profesionales que le va a
intervenir, también vestido con bata del mismo color y cubierto por un gorro
coloreado de tripulante de barco pirata. Le pinchan el brazo izquierdo por un
lado y el derecho por otro… y llega a la escena el jefe del equipo, el médico
intervencionista que en mi caso fue el doctor Luis Salvador Díaz de la Llera.
Una eminencia, como dirían los antiguos, que se me presentó, como si tal cosa y
se puso a dar órdenes precisas al equipo de especialistas que me rodeaba.
Yo miraba a la multipantalla que colgaba a mi lado y
apreciaba como se movía a control remoto la cámara de rayos equis que servía
las necesidades del doctor que creo que ya no se llama cirujano sino
endodinamista.
Me acordaba del verso que dedicó el Padre Cué a los
capataces de pasos: Ojos de Águila en la cara, sentido de proporción, la voz
como el agua clara, y los nervios en razón.
Cuando terminó me dio una palmadita en las rodillas y me
dijo “lo he dejao niquelao”. Añadió dónde y porqué había situado los stents y se fue a informar a mi familia.
Tengo un motivo más para presumir de la sanidad que tenemos
y sobre todo de estos profesionales. De los stents no proyecto presumir para no
hacer el rídículo.
--¿Dos, nada más? … Pues yo tengo cinco… y mi vecino, ocho…
y…
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