Están silbando las balas a mí alrededor. Ayer trajeron a
la parroquia de San Vicente donde se celebró un funeral, las cenizas de mi
amigo de la infancia Manolo Ortiz. El otro día Paco Calle, un publicitario muy
afecto al ABC, recordaba a nuestro común compañero en no pocas tareas
informativas Paco Gallardo, fallecido también. Hoy se celebra en la Capilla del
Museo la Misa Córpore Insepulto de mi inseparable Manolo Toro...
¡Cuerpo a tierra! Los proyectiles rasgan el aire en torno
a mi cabeza. Necesito recordar la frase jerezana: el que viene de un entierro y
no se toma una copa de vino, el suyo viene de camino. Y, más que eso, la presencia
de un muchachillo, becario en la tele donde yo trabajaba, que me confesó un día
que le acotaba en el periódico a su abuelo las mortuorias de los que habían llegado
a las noventa primaveras. Para subirle el ánimo.
Pulvis eris et in pulvis reverteris, decía el sacerdote
antiguamente cuando nos imponía la ceniza en la frente, el primer miércoles de
Cuaresma. Polvo eres y en polvo te convertirás. Y, “al deshacerse nuestra
morada terrenal, adquirimos una mansión gloriosa en el cielo”, se lee hoy en
las Misas de difuntos.
Mis tres entrañables amigos eran creyentes. Y ejemplares.
De Ortiz ya hablé en un blog pasado. A Paco Gallardo lo tendré siempre presente
como eficacísimo hombre de marketing, capaz de convencerme en sus aventuras
profesionales hasta para colaborar con él en la fundación de la Commanderie del
Guadalquivir que ofreció al viejo francés Monsieur Ricard para promoción en
Andalucia de su anisete.
De Manolo Toro tengo recuerdos como para escribir y no
parar. Abogado en ejercicio, lo recuerdo recién terminada la carrera cantando
con voz privilegiada la Sabatina a la Virgen en la capilla de la Congregación
de los Luises. Fue locutor de “Saeta” y
Pregonero en un Pregón Innovador que yo transmití para Radio Nacional.
Creo que mi hijo viene a recogerme. Me voy a la Capilla
del Museo.
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