Lo mejor que le puede pasar a la plaza de toros de
Madrid, tan encomiada como la primera del mundo, es que a Movistar Plus, que
con tanta pericia y desborde de medios transmite en directo las corridas, se le
escacharren los micrófonos de ambiente y suma en un piadoso silencio, solo
interrumpido por las palabras de los comentaristas, el agrio sonido de los
espectáculos venteños.
Los espectadores de la Maestranza vamos a los toros a
pasarlo bien, a ver triunfar a los toreros, a disfrutar del buen toreo. Los de
Madrid acuden cabreados, con insultante al par que ignorante exigencia,
dispuestos a pedir el oro y el moro, y hasta la vida de los arriesgados que se
atreven a ponerse delante de esos elefantes con cuernos y afiladísimas astas
que salen de sus chiqueros.
Si yo fuera torero, me iban a ver en Madrid mañana por la
mañana. ¡Venga ya!
Es de comprender las ilusiones de esas criaturitas que se
juegan la vida para nada. Y como fruto de la aplicación rigurosa de unas normas
reglamentarias absurdas que los sabios de los tendidos exigen que se cumplan
sin importarles ni un ápice que vaya en ello el riesgo cierto de cornada al
lidiador.
Ayer, un toro burriciego que debió ser devuelto a los
corrales, se llevó por delante a un banderillero. Solo porque el presidente no cambió
de tercio hasta que el animal tuviera los cuatro palos en el morrillo como
consta en el reglamento y por cagueta precaución a la reacción de algunos
tendidos. Algunos... los que se reputan
a sí mismos como doctos en la materia taurina. Los demás gritan y se apasionan,
seguidores aborregados de estos.
Antier, otro usía, investido de la deleznable autoridad
del palco presidencial, le negó al Fandi permiso para regalar un par de
banderillas y luego no le concedió la oreja que el espada granadino se había
ganado a pulso exponiendo su vida reiteradamente ante la res.
Lo malo es que a algún escribidor de toros le ha parecido
bien porque no podía premiarse su toreo vulgar.
¿Jugarse la vida es vulgar?
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