Desde el último texto colgado en este blog al de ahora se
han mejorado las cosas. Ese programa titulado “Último tercio” ha corregido su
puesta en escena televisiva. Están en
una de las terrazas de la plaza de toros, pero han eliminado algunos
componentes del deficiente decorado y los participantes han adecuado sus
atuendos.
Era de esperar. Y adivino la intervención correctora del maestrante
encargado de la plaza. Lástima que no reconduzca también la esencia de esta
serie de emisiones. Es insultante que habiendo por estos pagos tantos y tan
buenos críticos, toreros retirados y divulgadores taurinos hagan venir de
fuera a una serie de señores para
impartir doctrina.
Estoy deseando que empiece el abono madrileño para leer
todos los días en El País las crónicas de mi amigo Antonio Lorca, que es de
aquí, entiende tela de toros y escribe divinamente. Me saben a reivindicación
de la sevillanía taurina ofendida.
Naturalmente cuando veo “Último tercio”, penitencia que me impongo de vez en cuando, echo
de menos los análisis de las emisoras locales, privadas por carencia de
imágenes, de la deseable competencia en un plano de igualdad.
Cuando termine la Feria deberían ponerse sobre el tapete
no pocas cuestiones agudizadas este año. Una de ellas podía ser la que acabo de
esbozar. Otra, el análisis de las decisiones presidenciales. Una tercera, las
intervenciones de la banda de música. Y hay más: la petición de trofeos por
parte del público... la llegada de este a la plaza a destiempo...
Todo ello, entre nosotros. Sin que aparezcan ni sabios
caducos, ni analistas pedantes de estilo sobrecogedor.
“Los 48” era una taberna bar que, en la plaza de la
Gavidia, regentaba un sanluqueño que
ideó como promoción de su establecimiento un premio al mejor presidente de las
corridas de toros por votación de sus parroquianos. El primero lo ganó con
amplia mayoría Delmiro Salazar Aribayos. El maestro Solano que era amigo del
tabernero le puso música a un pasodoble alusivo.
Algo así podría hacerse. Si al público se le pide que
vaya a la plaza y dé de cara en la taquilla, hay que respetar sus opiniones y
criterios y nadie debe atribuirse el derecho de tomar decisiones en su nombre.
Sin cabreo pero con algo más que ejercitando el simple
derecho al pataleo.
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