Era cosa de ver las caritas de funeral de los que
cantaban el himno de los segadores en el Parlamento catalán después de
finalizar la representación esperpéntica antes de que cayese el telón.
La tragicomedia había llegado a su final. En la calle las
masas de adolescentes envenenados se abrazaban felices. Allí los responsables
cobardes que acababan de consumar el ilegal y condenable golpe a la democracia
no podían disimular sus gestos de preocupación y sus caritas conturbadas.
Cualquiera puede tener la tentación de suponer que la
angustia contenida que se palpaba en las apretadas facciones de los que a duras
penas alzaban sus voces en un hemiciclo parcialmente vacío, se debía más a la
presumible volatilidad de sus sustanciosos devengos que a su responsabilidad
herida porque ésta no la han tenido nunca.
Se están haciendo cuentas. Cuando a los carotas se les
han caído las caretas, empieza a aflorar a la superficie de los resultados
monetarios el hecho cuantificable que demuestra lo caros que nos salían estos
golpistas.
No solo por el dinero que se reservaban como emolumentos
de sus disparates sino por ese dispendio de sus acciones foráneas con
representaciones diplomáticas de guardarropía en diferentes países.
Hay que hacer balance. Cada uno debe afrontar sus
responsabilidades. Esta aventura puede llegar a saldarse con un coste altísimo. Insisto en la tesis de mi entrada anterior.No es justo que seamos precisamente los españolitos a quienes desprecia esa
casta de iluminados los que tengamos que pagar sus desmanes.
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