La Constitución es una cuarentona de muy buen ver. El día
de su cumpleaños hablaron de ella como se merece y en su casa, que es el Congreso,
tanto la presidenta de la Institución como el monarca nacido a sus pechos, por
eso se llama constitucional, la piropearon en largos y bien tramados discursos.
Vi y padecí, es un decir, la transmisión televisiva que
hizo la Uno de TVE. Padecí porque no se me fueron por alto los errores y
torpezas de los servidores del programa y porque, una vez más, hube de concluir
en la amarga reflexión de que mis antiguos colegas no tienen arreglo.
Sobraron comentaristas. Con Ana Blanco habría sido
suficiente. Ni Franganiillo, ni su compañero en el hemiciclo atinaron a
desarrollar su cometido.
Se prolongó innecesariamente la presencia ante las
cámaras de Nativel Preciado y Fernando Jáuregui, veteranos profesionales requeridos
porque cubrieron informativamente el nacimiento de la Carta Magna, cuatro
décadas atrás, que habrían estado muy bien si se hubieran limitado a desgranar
sus recuerdos en vez de permanecer editorializando a destiempo.
Naufragó el operador de los rótulos en sobreimpresión,
con una sucesión de reiterados errores y, para estar mal, no se libró ni el
ujier de los tres galones dorados en las bocamangas, perennemente situado tras
los sillones presenciales, a cuya casaca se le había desprendido la cubierta
del tercer botón.
Con lo sencillo que hubiese sido proceder como debe hacerlo
un comentarista de televisión que sepa su oficio. Este que se enseña en las
Facultades de Periodismo. Y que consiste simplemente en describir lo que ni la
imagen ni el sonido explican por sí mismos.
Claro que, cuando el encargado de este quehacer se
convierte en un espectador más que desconoce la identidad de quienes aparecen en la pequeña pantalla y su
razón de estar allí, el recurso del comentario subjetivo o la lectura del guión
son medios para disimular la mudez que ocasionaría la ignorancia.
Los comentaristas políticos encontrarán en este
acontecimiento material sobrado para sus intervenciones en las tertulias. Yo,que nunca la política me ha dado de comer, hablo de lo que se. Y,en ocasiones, como ahora, lo siento.
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