Yo también me sumo a la corriente que se va convirtiendo
en caudalosa generada por todos aquellos que piden una medalla para Antonio
Burgos, ausente año tras año en el listado de distinguidos con este honor por
la Junta de Andalucía.
Lo hago desde este modestísimo rincón y me apoyo en los
razonamientos de José Joaquín León que
va más lejos y en su artículo de ayer en
el “Diario de Sevilla” recoge este clamor
popular y lo eleva a la máxima categoría, la concesión del título de Hijo
predilecto.
Estamos ante una consecuencia más del reciente vuelco
electoral en Andalucía. Cuando los que mandan tienen que irse, los que están
con ellos se ven obligados a marcharse también y las concesiones y las
prebendas se acomodan a los gustos de los que llegan.
Las medallas y distinciones del 28 F, dice José Joaquín,
deben incluir a los que hasta ahora han sido castigados con un vergonzoso y
partidista olvido y añade que la Junta
no debe concederle una medalla, sino nombrarlo Hijo Predilecto de Andalucía, su
máxima distinción.
Igual que lo nombraron Adoptivo en Cádiz, en tiempos de
Teófila. Se lo merece desde hace muchos años. Y no sólo porque sea un gran
periodista, un maestro de generaciones de articulistas, sino por su importancia
para forjar la conciencia de Andalucía.
Pienso lo mismo. Y, por eso lo recojo aquí. Me consta que
no soy el único que lo hace. José Ramón del Río, en el mismo periódico, se
manifiesta de una forma similar.
Por sí solo, ya esto es un premio. A Burgos le han podido
faltar las distinciones de ciertos políticos y los afectos de algunos manipuladores
sectarios del pensamiento, pero siempre ha contado con la fidelidad de los que
compran todos los días el periódico para leerle. Este sí que es un premio libre
de adherencias impuras.
Ahora se va viendo que además disfruta de otro que está
reservado a pocos elegidos: que lo refrenden a boca llena los compañeros de
profesión.
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