Interesante el artículo que publica José León Calzado en
ElCostal.org.
Su lectura me ha servido para evocar la desmedrada figura
de Julio Font de Anta. El hermano abogado del inmortal autor de Amarguras,
embutido en las mañanas frescas del invierno en una gabardinilla cuya efímera
cobertura incrementaba con una bufanda anudada al cuello cuando caminaba rumbo
al Palacio de Justicia por la calle Baños.
Julio era un pedazo de pan. Pero su gesto disentía bastante
de esta apreciación. Era hombre de semblante malhumorado y daba la impresión de
que reservaba los peores denuestos para quien osara discutir sus afirmaciones.
No le vi nunca intervenir en los Juzgados, pero debía
imponer un saludable respeto a sus compañeros a los que se enfrentase en un
juicio.
Y Julio decía que la saeta que había motivado la celebérrima
partitura de “Soleá dame la mano” no era una escogida entre las que se cantaban
a la Esperanza de Triana cuando el paso desfilaba delante de las rejas de la cárcel.
Los presos asomaban sus brazos y manos agitándolos entre
los barrotes... gritaban... tal vez rezaban, pero ¿cantar?...
Se ha divulgado una imaginada secuencia fílmica que
encuadra una multitud de ordenados presos entonando musicales saetas desde
dentro de la prisión, pero es muy dudoso que fuera así.
Julio lo negaba en redondo. Los presos de aquellos
tiempos eran una pobre gente que se veía encarcelada generalmente por la
comisión de faltas más que por delitos. De poca cultura. Y de menor apego a la
expresión musical de los sentimientos.
Las saetas carceleras no abundaban ni se generalizaban
tanto como puede suponerse.
Manuel Font de Anta, mientras pasaba la Virgen, escuchó
una saeta. La que corresponde a la letra divulgada ampliamente que el anotó y llevó a la cabecera de su partitura. Ninguna
otra. Esa. Nada más. Y la cantó un muchacho que se llamaba Paco y todos
conocían como Paco el Arenero.
Tras decir esto Julio te miraba retador. Y tú no tenías más
remedio que asentir si no querías exponerte a una situación incómoda.
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