Iba dando un paseo a primera hora de una noche templada
de invierno y me crucé con unos costaleros que ensayaban bajo la habitual y
escueta parihuela cargada de sacos.
Me detuve. Alguno de los que iban debajo de los palos me
vio y escuché que me saludaba con una
estrofa escrita por mí: “qué bien se llevan los pasos andando sobre los pies”.
Fue tan inesperado aquel recuerdo de los dos octosílabos
tomados de mi Pregón del año noventa que me quedé bloqueado y cuando la misma
voz me invitó a seguir recitando no pude hacerlo.
Igual me sucedía las veces que el inolvidable Nicolás
Carretero me veía en la calle y, con el final de las décimas que dediqué a los
Armaos en mi Exaltación al cuatrocientos aniversario de la Hermandad de la
Macarena, festejaba el encuentro con aquello de… “y repiten la quimera – que
Sevilla piensa ya: - si esos hombres van detrás - a pesar de la apariencia – ni
le leen la sentencia – ni le pasa na de na”.
Con Joaquín Moeckel se repite la escena, trayendo a
colación fragmentos enteros de redacciones mías retenidas admirablemente por su
memoria poderosa
Y con algunos de los hermanos costaleros de las
cuadrillas de mis hijos cuando me permiten compartir con ellos sus reuniones
cofrades.
Algo tendré que hacer para reunir en un mismo libro estos
versos afortunados, me dije un día.
Y, fruto de esa decisión, es un libro nuevo, librito, si
quiero expresarme bien, que está imprimiéndose ya.
Me reservo la portada, que es una preciosidad, conseguida
en el departamento de diseño de Guadalturia, la empresa que me lo edita dentro
de su colección “Extraversos”, pero adelanto título y contenido: “Entrevarales”
para glosas cofrades.
Estoy en estas horas en la antesala del paritorio. José
María Toro, a cuyos cuidados se deberá el nacimiento, no me ha comunicado
todavía el momento preciso en que pueda producirse. Lógicamente me hallo forzosamente maniatado y no puedo adelantar nada en torno a su aparición
estelar.
Prometo que lo haré tan pronto pueda. Y ustedes que lo
vean.