No recuerdo bien ahora si los
estudios en Sevilla de Radio Nacional estaban todavía en San Pedro Mártir o ya
se habían trasladado a una cualquiera de las ubicaciones que siguieron. Carezco
de la precisión necesaria para localizarlos en Marqués de Paradas o en
República Argentina. Para lo que voy a contar no importa mucho. El caso es que
una tarde entró en ellos un curita joven, con trazas de haber sido ordenado
recientemente, al que la dirección había aprobado un programa que empezó a
realizar de inmediato, “El evangelio es formidable”.
Se llamaba Joaquín Sangrán Medina,
era jesuita y acaba de morir. Pronto nos hicimos amigos y desde aquellos
lejanos días ha permanecido esta relación cordial que se acentuó cuando, ocupando
yo la dirección de Radio Popular, hicimos juntos un viaje a Tierra Santa invitados
por la TWA en un vuelo inaugural en Jumbo a Tell Aviv.
Si inolvidable fue para mí visitar
Roma teniendo a otro seguidor de San Ignacio, el Padre Sobrino, como ocasional
guía, aun me produjo una más profunda huella el recorrido por la tierra de
Nuestro Señor escuchando al padre Sangrán.
Unos incomprensibles problemas
burocráticos con las autoridades de la zona aquellos días nos retuvieron más
jornadas de las previstas en Atenas en el viaje de vuelta y el Padre Sangrán
hizo gala de su cultura como traductor de griego, lengua que aprendí mal y
detesto desde entonces pero que él dominaba haciendo fluidas las relaciones con
los naturales del país.
Mientras visitaba un monasterio ortodoxo me eché a la
calle en busca de una farmacia para adquirir pastillas contra un dolor de
cabeza que venía martirizándome. Entré en la primera que halle en mi paseo con
la cruz encendida. El farmacéutico no hablaba español, ni francés… un poquito
de inglés… y griego. Pero era un hombre perspicaz. Apenas empecé a describir en la
lengua de Shakespeare mi malestar, me atajó diciéndome:
- Ah... aspirine
-
a Comprendí entonces lo conveniente
que era caminar al lado del Padre Sangrán.
Muchos a lo largo de su vida lo
habrán comprendido también
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