Y no había nacido en
el barrio. Pero llegó a él y en él se quedó enamorado de su Esperanza. Vicente
Acosta, doctor en medicina, dueño de un gracejo singular y cultivaador de un
andalucismo de la mejor ley, llegó hasta
ser su hermano mayor. Y ejerciendo el cargo lo llamaron para que diera el
Pregón.
Fue en 1984. Le precedió la palabra pulida y el pensamiento profundo de Enrique Osborne y le siguió la elegancia clerical de José Luis Peinado.
El hizo lo que quería. Un pregón de Triana y su Virgen le ayudó como habrá tirado de él ahora para ponerlo a su lado.
Ayer nos enteramos de su fallecimiento, pero yo creo que había muerto antes. Cuando no era ese viejecito encorvado de pelo de nieve que nos han traído sus últimas fotos.
Siempre se recuerda de su intervención pregonera la anécdota de los folios.
No fue en uno de los
momentos álgidos de su locución, sino antes de empezar. Al llegar al atril, los folios donde lo llevaba escrito le
jugaron la mala pasada de resbalar con la seda de las pastas y cayeron
desparramándose por el escenario.
Y no los llevaba
numerados.
Es de imaginar la pintoresca estampa con el alcalde, el arzobispo y el capitán general recogiendo papeles del suelo.
Es de imaginar la pintoresca estampa con el alcalde, el arzobispo y el capitán general recogiendo papeles del suelo.
El único capaz de
volverlos a poner en orden era él mismo. Y lo hizo sin pérdida de tiempo.
La Virgen le ayudaría también en aquella ocasión embarazosa.
“Si creéis que todas las confidencias que acabo de haceros – dijo al público que llenaba el Lope de Vega – salidas de mi corazón pueden llamarse Pregón desde este momento usaré el honroso título de Pregonero de la Semana Santa de Sevilla.”
De Sevilla y de
Triana. Que descanse en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario