Había que ver el debate y, aunque se
dispusiera de conciencia anti borreguil, era preciso sentarse delante de la
pantalla del televisor y conectar Antena tres.
Bien. Pues yo fui uno de esos
millones de telespectadores que siguieron dócilmente la pauta marcada por la
teledifusora y se tragaron el Debate a cuatro que se había sabido vender como
el non plus ultra de los avances en comunicación audiovisual.
¡Qué tostón! ¡Que aburrimiento! Hoy
puedo decirlo sin arrepentirme porque lo
sufrí a conciencia por haber caído voluntariamente en los argumentos que
esgrimieron los autores de la idea.
Si se apunta un ganador, lo tengo
claro: Antena tres. Y después Soraya. Fue, para mí, un debate a tres con Soraya
de invitada estelar. Pero la tele, como siempre, resultó implacable. La tele desnudó
a los que se atrevían a intentar manejarla a su capricho y los osados
aspirantes varones al timón monclovita mostraron sus vergüenzas al aire como un
día lo hiciera uno de ellos, Rivera, tapándose las suyas al estilo que
recientemente copiara en Interview la concejal del Ayuntamiento de Castilleja
que vive en Chicago.
Los tres varones se mostraron
nerviosos, inseguros en su estudiada y forzada seguridad que Pedro Sánchez sin
querer convertía en postura altanera en la que intercalaba conmiserativas
sonrisas ante algunas de las respuestas de Pablo Iglesias.
De programa electoral nothing de
nothing. De lenguaje antiguo con atisbos de caduca dialéctica toda la que se
quiera. Reiteración de argumentos manidos, verdades inconclusas o manipuladas,
lugares comunes, tópicos…
De los presentadores me gustó más
Vicente Vallés.
Me acosté tarde. He dormido bien.
Desde hace mucho tengo decidido a quien voy a votar. Si no fuera así, hoy
estaría hecho un lío.
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