He visto a través del replay que
hizo la tele del Correo el desfile por la Plaza Nueva de las formaciones
musicales que han participado en el IV Congreso Nacional de Bandas de Música
Procesional y no he podido evitar la evocación mental de una escena
irrepetible.
Era cuando la Municipal de Música
acompañaba todos los días a las cofradías detrás de sus pasos de palio: El Domingo
a la Amargura…el Lunes a las Penas de San Vicente… el Martes a la Virgen de la
Angustia de los Estudiantes…
La dirigía y caminaba siempre al
frente de ella un enjuto don Pedro Braña que, a pesar de ser asturiano y estar
por ello teóricamente habituado al frío, no resistía las humedades sevillanas y
se veía obligado a protegerse cuando caía la noche con alguna prenda de abrigo.
Era una gabardina confeccionada con
tela de la misma tonalidad de los uniformes que llevaba prevista para cuando la
requería don Pedro, perfectamente doblada al brazo el atrilero que caminaba
detrás de él.
Ayer, por la esquina de la calle
Granada iban asomando las bandas que desfilaron precedidas indefectiblemente
por su banderín identificativo y, al lado del músico que lo portaba,
afortunadamente no en todas, pero sí en muchas de ellas, uno o dos caballeros
de madura edad con la americana abierta, la barriga cervecera a punto de hacer
estallar la camisa y el cigarro en la mano.
Atribuí su presencia a maestros de
la formación, pero me pregunté porque no iban uniformados y por qué no cuidaban
su estética.
Para mí sobraban tanto como la
Pantera Rosa que tocó uno de estos conjuntos y el muñequito publicitario.
Menos mal que la Banda de las Tres
Caídas interpretó “Silencio Blanco” después del homenaje que tributaron a Julio
Vera.
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