Ha sucedido en la taurina capital francesa de Arles donde
en su coliseo romano se celebraba una
corrida goyesca. Resulta que el empresario del coso taurino es también espada
en activo y hombre original y emprendedor. Y, como consecuencia, que el festejo
se ha salido de lo habitual por muy limitadas que sean las corridas de este
carácter.
El empresario matador de toros que es francés, pero muy
relacionado con todo lo español y se llama Juan Bautista proyectó que la plaza se
decorase con motivos alusivos al evento. Y como el torero retirado Luis
Francisco Esplá, hombre culto, donde los haya, se licenció en Bellas Artes, a
él le trasladó el encargo, seguido de la sugerencia a modo de propinilla
táurica, de que reapareciese por ese día, cosa que consiguió del alicantino
maestro para quien, cercano a la sesentena, la decisión no era cosa baladí.
Más no se detuvo en estos logros Monsieur Batista. El
cartel lo completó con Morante y un encierro de Zalduendo y, en los graderíos,
en sonora competencia con la banda de siempre situó un solista de violín de
creciente y reputado prestigio.
Fue un éxito. Pero no voy a la crónica sino a la guinda
del pastel. La banda incluyó en su programa de pasodobles una marcha de palio, “Caridad
del Guadalquivir” que, como saben de sobras los melómanos cofrades, compuso
allá por el cercano año dos mil el trianero de la calle Castilla Paco Lola, al
que ayudó Juan José Puntas en eso del arte final de la armonía y la
instrumentación.
Así. Como lo leen. El festejo se daba por la tele y llamé
corriendo a mi mujer. Un invento, me dije. Bien va defender la Fiesta de los
toros como hacen los franceses, pero eso ya me pareció un exceso.
Luego he sabido que de invento nada. Hace un año Enrique
Ponce escuchó la misma partitura cuando toreaba en Mont de Marsan a fines de
Julio.
He asistido a corridas en la Maestranza en las que en un
determinado momento se han oído la gaita y el tamboril del Rocío o un cante
jondo adecuado a la faena del diestro, pero no se ha pasado de ahí.
La marcha procesional se asomó a las arenas maestrantes
enmascarada en unos compases de esa maravilla musical que es el pasodoble
Dávila Miura de Abel Moreno. Con eso, basta. Digo yo.