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“Me vi a morí y no te vi a deja enseñao” decía un viejo
vestido siempre con remendadas pero pulcras ropillas de dril al muchachillo que
se sentaba con él todos los mediosdías en la bodega abierta al público de mi
abuela manriqueña.
Ayer asistí de pardillo a a través de la transmisión radiofónica de Canal Sur a la parodia de votación de investidura que
se celebró en el Congreso a la caída de la tarde.
Las palabras del viejo
resonaban en mis oídos. Todos sabían a lo que iban. Menos yo. Cada vez que
confío en las apariencias de los políticos, los políticos se ríen de mí. El
viejo se habrá muerto ya, y yo no termino de enterarme.
Hoy titula Antonio Casado su crónica en El Confidencial
de manera harto ingeniosa: Un armario en el pasillo. Yo había pensado que entre
los políticos responsables que quedan se habían arbitrado las fórmulas para
quitar de en medio a ese empolvado estorbo. Pero, no.
No aprendo. Qué le voy a hacer. Siempre me toman el pelo,
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