…
Ni los fotógrafos ni los cámaras de la tele se fijan en
ellos. Han entrado al hemiciclo confundidos con los demás invitados y se
esmeran en pasar inadvertidos.
Uno es negro, como de unos quince años o así. Otro, de
tez entre cobriza y amarilla. De mediana edad. El último, un anciano de luenga
barba blanca. Les acompaña un gordinflón en apariencia sonriente embutido en un
estrambótico traje rojo.
Deben estar correctamente acreditados. No solo porque han
superado con éxito los diversos y numerosos controles policiales, sino porque
tienen reservados asientos de privilegio en la tribuna muy cerca de donde
suelen sentarse Viri, la esposa del presidente en funciones del gobierno y la presidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes.
Aguardan que se abra el segundo debate de investidura
después de que el anterior resultó fallido para el candidato ante el bloqueo
sistemático del representante de los socialistas que en nombre de su partido rompió
no solo los puentes del deseable entendimiento sino hasta los más débiles
cauces para el diálogo.
Los invitados no tienen en esta ocasión esperanza para un
desenlace diferente. Y les preocupa mucho. Temen, y no sin razón, que este tío
después de cargarse al PSOE es capaz de terminar con Papa Noel y con los Reyes
Magos.
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