Pues no. No seré yo ninguno de los que se han dejado
encantar por el perfume del nuevo gobierno, Y además creo que Iván se ha
equivocado al final con el nombramiento de un periodista como ministro de cultura,
Habrase visto. ¡Un periodista! Y por si fuera poco tertuliano. Y de la Cinco.
Del grupo de Ana Rosa.
Un error tras otro. No me explico cómo se ha conseguido esto
sin resistencia... como no han ardido las redes... como se han quedado
silenciosas las cacerolas y en sus casas los amigos de los scraches... ni como permanece callada Celia Villalobos.
Iván es Iván Redondo, ese muchacho madurito con la frente
despejada tirando a calvicie alopécica que se ha encaramado a la silla del
oráculo asesor magno del poder.
Su error se llama Maxim Huerta a quien, en el bombo de la
lotería de los millones del reparto de nuevos ministros, le ha tocado la bola
de Cultura. Nada menos y con el añadido de Deportes, Y a Iván se le ha pasado
por alto que al elegido no le gustan los estadios, ni las canchas, ni las
pistas de tierra batida. (Supongo que tampoco el agua de las piscinas). Le
gustan los libros, Y no contento con ello va el tío y los escribe. ¡Qué digo
error... esto es un horror! ...
Este jovencito es muy raro. Me atrevo a decir que hasta
peligroso. ¿De qué habla durante la semana?... Si se quitan las retransmisiones
deportivas, los torneos de golf y los enfrentamientos en Roland Garrós... ¿qué
ve en televisión?
Voy a felicitar a Maxim con motivo de su nombramiento,
pero no por otra cosa que no sea la defensa corporativista de la profesión.
Y ya que me dispongo a tomar el recado de escribir, que
no el móvil, para hacerlo por twitter , no me olvidaré de mandar unas letras a la
nueva ministra de Economía, cuyo padre, José María Calviño, fue mi jefe cuando
el presupuesto de televisión lo nutríamos con los ingresos que obteníamos de la
venta de publicidad y, cómo no, a mi dilecta Cristina Narbona, hija del mejor
director que tuve cuando yo practicaba la profesión como redactor jefe en el
Centro Territorial de TV, pareja de Borrell al que igualmente deseo la mejor
fortuna.
A nadie pienso pedir nada. Por eso soy libre de hacerlo y
de publicarlo. No soy como aquel monaguillo que quería ascender a sacristán y
pillaron riendo cuando murió el Papa.
.-- El escalafón es el escalafón – cuentan que dijo el chiquillo.
Angelito.
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