sábado, 15 de septiembre de 2018

RECORDANDO A MANOLO GARRIDO QUE SE ACABA DE IR



Manolo estaba allí. En una comida de despedida que se le dio a Rafael Álvarez Dardet cuando se jubiló en Radio Nacional. Manolo ya actuaba ante los micrófonos de Radio Sevilla y aportaba su inteligencia al mundo de las sevillanas. Alvarez Dardet era el encargado de la discoteca de la emisora  estatal en Sevilla y de ahí la amistad entre ambos.

Y fue a los postres cuando José Luis López Murcia, locutor de esta radio muy famoso en su época, pronunció unas emotivas palabras al homenajeado que terminó con el principio de un verso improvisado

No te vayas todavía,
No te vayas, por favor.

Garrido tomó rápidamente una servilleta y garrapateo en ella los dos versos restantes:

Que hasta la guitarra mía
llora cuando dice adiós.

Hablábamos de sus letras de sevillanas y de saetas sentados en uno de los veladores de La Campana en la esquina de Sierpes que el poeta solía ocupar ya vencida la mañana cuando aun no había  alcanzado los noventa y viajaba desde su casa al centro de Sevilla en autobús para desayunar en la calle. El tomaba su cafelito con tostada. Yo le acompañaba con una copa de oloroso.

Aunque corría el mes de mayo,  recordaba más la Semana Santa que la cercana Feria y se me venía a la memoria su letra inolvidable de saeta que suele cantar Pili del Castillo:

Madre mía, te suplico
que entendimiento me mandes
porque es que yo no me explico
ccmo una pena tan grande
cabe en pañuelo tan chico.

Manolo me dijo que el verso sigue, saqué el bolígrafo, tomé una servilleta y anoté lo que fue recitando:

La seda de este pañuelo
no la hicieron los humanos,
que es un cachito de cielo
que se ha venido a tus manos.

Luego estampó su firma al pie.

Plegado cuidadosamente guardo el papel en el que se anuncian la confitería y la cafetería La Reja. Junto a él la tarjeta de visita con su dirección en la calle Gonzalo Núñez de Sepúlveda  y su teléfono. La última vez que marqué el número le comuniqué mi móvil y el pidió que lo anotase a la asistenta que lo cuidaba a la que se dirigía respetuosamente de usted y la llamaba señora.

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