jueves, 14 de febrero de 2019

OTRA CITA CON LA MACARENA






Un portal de Internet en el que se publican anécdotas y sucesos curiosos de la ciudad, ha recogido una anécdota mía con la Macarena y la ha colgado recientemente prestándole difusión.

Como el texto original,  que tiene la extensión precisa para narrar el sucedido con claridad, ha debido parecer demasiado largo a los autores de esta página digital lo han reducido como les ha parecido mejor.

Agradezco mucho la atención que me prestan y, como complemento, traigo a este blog la descripción completa que fue dada a la luz formando parte de un capítulo de mi libro Días de Cofradías.



OTRA CITA CON LA MACARENA

Me atreví a trasladar a mi pregón de Semana Santa del año noventa algunas páginas escondidas e íntimas de mi vida cofrade.
            Supuse que era un procedimiento adecuado para conseguir algunos de los propósitos que me había trazado para escribirlo. Entre ellos lograr una pieza oratoria de cierto populismo, pero con abierta sinceridad. Aun respetándolos, no me importaban mucho el análisis de los puristas, ni el de la élite de los que se entregan a su crítica despiezándolo y sometiendolo a la diagnosis de la lupa y el microscopio.
            Tampoco me apetecía entregarme sesudamente a la redacción de una tesis doctoral, llena de citas y llamadas a pié de página. Y, como tenía el firme convencimiento de no poder alcanzar la altura tanto de originalidad de conceptos como de riqueza en la expresión a que habían llegado muchos de los oradores que me habían precedido, decidí rescatar estas vivencias arañando la profundidad de mis sentimientos más queridos.
            Por eso conté lo de la Macarena.
            Y fue una sorpresa para todos. Para mi familia. Para mis amigos cofrades.
            Y para mi Hermandad del Calvario a la que debo agradecer el no haberme reconvenido cuando lo supo, si bien algún que otro hermano veterano no pudo evitar, de vez en cuando, la indirecta que se endulza con el aderezo de la broma o el comentario superficial.
            Que el Diputado Mayor de Gobierno de la Cofradía se escapara todas las Madrugadas para ver a la Macarena era muy serio. Y muy duro para los oídos de los componentes de la severa Hermandad de la Magdalena.
            Aunque la deserción fuera transitoria. Aunque tuviera lugar dentro de la Catedral. Y aunque se añadieran otro tipo de atenuantes diversos tales como el sigilo, la absoluta ausencia de repercusiones negativas y que el segundo Celador General asumía la responsabilidad total durante esos escasos minutos que duraba la ausencia.
            Tenía que contarlo. Había llegado a la conclusión personal de que todo pregonero tiene que desnudarse como cofrade sobre el escenario porque le debe al inteligente y culto público que le escucha hasta la última gota de su verdad. Y lo hice.
            Años más tarde, la Junta de Gobierno de la Hermandad del Santo Rosario, Sentencia de Cristo y María Santísima de la Esperanza me hace el honor de encargarme la Exaltación del Cuarto Centenario de la Hermandad.
            Y, cuando la estaba preparando, me pongo a meditar en pasadas vivencias que habían dejado profundas huellas en mi sensibilidad y aflora, por encima de todas, la de los encuentros con la Virgen en la Puerta de los Palos. Es decir, la escena que había trasladado a mi Pregón. Y caigo en la cuenta, con desoladora nostalgia, que eso sería irrepetible.
            Yo no soy el Celador General del Calvario. Ni creo que lo vaya a ser nunca más. Y menos aun podría ser elegido por la Hermandad para desempeñar tal puesto con los mentados antecedentes que, por muy devocionales que puedan ser considerados, conforman una severa nota negativa.
            La constatación de esta cruel realidad me entristece y, al tiempo, me motiva. Y lo llevo al papel. Y hasta me inspira un romance en octosílabos en el que me duelo ante la Virgen porque ya no coincidiré más con Ella en ese instante mágico diciendole, entre otras cosas,
              ...    Yo no podré vestir nunca
                     la túnica macarena.
                     No porque soy como el árbol
                     aquel de las hojas secas
                     el que pusieron adusto
                     de un árbol verde a la vera.
                     El renegrido del fuego
                     el enlutado de pena,
                     el del ruán y el esparto
                     de la mayor penitencia.
                     Pero me atrevo a pedirle
                     un imposible a mi Regla:
                     que me permita que torne
                     aunque una vez sólo sea,
                     entre columnas perdido,
                     hasta acercarme a la Puerta
                     que llaman Puerta de Palos
                     y es para mí Puerta Etérea
                     cuando a la puerta se asoma
                     toda la luz macarena.
                     Y que, otra vez, por ensalmo,
                     aquella cita volviera,
                     yo con mi negro de luto,
                     Ella vestida de Reina,
                     como en los años huidos
                     cuando dejaba las huellas
                     de la Hermandad penitente
                     porque tenía que verla,
                     porque rezaban mis labios
                     Ave María Gratia Plena,
                     porque por fuerza tenía
                     que contemplar su belleza
                     con las ojeras moradas
                     con el cansancio en sus venas
                     pero más guapa que nadie,
                     más Virgen, más... Macarena.

            El verso seguía porque la cita imposible daba para mucho más desmenuzando la nostalgia de que aquello no habría de repetirse nunca.
            Pero, como la Virgen es así, decidió lo contrario. Y en la Semana Santa de ese mismo año, 1995, la madrugada se presentó con lluvia intermitente.
            El Calvario se echó a la calle a su hora habitual aprovechando una pausa bonancible.
            Caminando más deprisa que otras veces, ante un público con paraguas e impermeables, se alcanzó la Catedral. Yo iba en el puesto habitual que ocupo en los últimos tiempos y, al enfilar la nave por la que se sale a la plaza de la Virgen de los Reyes me dio un vuelco el corazón: Allí, en la Puerta de los Palos, me estaba esperando la Macarena.
            Fue la noche insólita de las dos Esperanzas. Se quedó el paso de la Macarena, para preservarlo de la lluvia, poco antes de trasponer la puerta y, después de que el Calvario pasara, se hubo de quedar también el paso de la Esperanza de Triana porque arreció el agua cuando iba a salir.
            Las dos Esperanzas frente a frente. La Virgen retratada en el oro de la Macarena y en la plata refulgente de Triana. El momento inesperado e histórico que recogerían ávidamente para perpetuarlo fotógrafos y cámaras de vídeo y televisión. Pero eso fue después. Los nazarenos de la Cofradía de la Magdalena lo supimos ya de mañana, ultimada la estación penitencial. Cuando salimos de la Catedral, la Macarena estaba sola. Como si estuviera cansada de tanto ajetreo y de la inclemencia de la noche y se hubiera quedado allí haciendo lo que no hace nunca: aguardar que desfilasen ante Ella los nazarenos negros que van detrás. La Macarena se había quedado esperando.

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