Sánchez no está solo. A cualquier presidente le rodea su
gobierno. Y éste se halla conformado por unos hombres y mujeres que fueron
elegidos libremente por él y que, haciendo uso de esa misma libertad, aceptaron
la oferta.
Lo mismo dijeron antes que sí que ahora pueden decir que
no. Con la simple aplicación de esa cualidad humana, donada por el Supremo
Hacedor, que es la libertad, se puede modificar una decisión anterior.
El Gobierno bonito, de los nombres brillantes y la luminosidad
de escaparate que aceptó la designación del presidente Pedro Sánchez, no se ha
sentado en sillón alguno previamente rociado de pegamento. Ni aparecen cadenas
ni grilletes que sujeten a nadie en los escaños gubernamentales.
Y, si esto es así y el presidente, que encabeza y comanda
el grupo, no cesa en su actividad ostensiblemente perjudicial para los bienes
públicos, aquellos que libremente se comprometieron a seguir sus pasos ahora y,
en vista de estas circunstancias, deberían hacer las maletas y abandonar el
barco.
Si Sánchez hasta el momento no parece estar solo, es
porque los que le rodean carecen de sentido de culpabilidad para abandonarle.
El narcisismo, el egoísmo personal desmesurado, el abandono de las responsabilidades
de Estado, la falta de escrúpulos de que hace gala el mandatario gubernamental
son compartidos por todos y cada uno de los miembros de su gabinete.
La historia será muy severa con ellos y su mano se
convertirá en ejecutora cuando llegue el momento de las urnas para votar.
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