Ya me sucedió una vez. Tomé un taxi y el conductor trabó
inmediatamente conversación conmigo dando inequívocas muestras de que me había
reconocido. Me sentí halagado. Seguí el curso de su charla durante todo el
trayecto y al pagar entendí que debía mostrarme generoso para culminar esta
situación con una sustanciosa propina y fue entonces cuando el locuaz taxista
me desarmó por completo al decirme a modo de despedida.
--Muchas gracias don Matías. Estoy muy orgulloso de haber
llevado en mi taxi a don Matías Prats.
El otro día fue en un restaurante en el que entramos a
mediodía mi mujer y yo tomando asiento en una mesa que divisamos en un ángulo
del local a la que llegamos tras haber cruzado por el mismo.
De inmediato un matrimonio joven con dos niños que comían
cerca cuchicheó mirándonos y dijeron algo a los chiquillos que se volvieron
hacia nosotros mirándonos con curiosidad infantil.
Como en el caso
del taxista, torné a sentir el pueril orgullo de ser conocido que me duró hasta
que la familia terminó su yantar y, al pasar a nuestro lado, me dijo ella con una divertida sonrisa:
--Saludos a su hijo Antonio. Dígale que todos los viernes
vemos el Palermasso.
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