El Pregón de la Semana Santa de este año mereció este
calificativo apenas se conoció el nombre de la pregonera. Por primera vez, una
mujer subía al escenario más importante de las cofradías para hablar de ellas.
No cabía duda. El acto alcanzaba una de sus cimas. Nadie puede ni arrebatarle ni discutirle este
carácter de historicidad.
El hecho en sí me ha producido la natural alegría
acrecentada por la profesión de la elegida, similar a la mía y la amistad y el
leal compañerismo que mantenemos. Pero también me ha traído el problema de la
falta de entradas.
Cada vez que, en el
círculo familiar, se ha tratado el tema he prometido facilitarlas a las
féminas cofrades que se integran en él cuando se diese esta circunstancia y,
naturalmente, llegado el momento, sus ojos se vuelven a mí.
Me he visto obligado a desprenderme de los dos pases que concede el Consejo a los antiguos
pregoneros y asistiré al acto a través
de la radio o la televisión local.
Pero sigo votando por que, abierto el camino, continuemos
eligiendo mujeres pregoneras. Candidatas posibles hay en el seno de las
cofradías y aun fuera de ellas, sobre todo en la literatura, la prensa y los
medios audiovisuales.
Y me voy a atrever a emitir un vaticinio.
Día llegara y, probablemente, no será lejano en el que
sea elegida Eva Díaz Pérez. Novelista premiada, ensayista, periodista cuyos
bellísimos artículos encontramos hoy en las páginas de ABC, se está ganando el
nombramiento a pulso.
Y, si no, al tiempo.
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