Manuel Font de Anta la escribió de un tirón en una sola mañana.
...
En los principios de mi vida profesional en Radio
Nacional de España en Sevilla, José Luis de la Rosa, profesor universitario,
cofrade del Calvario y de la Hermandad de San Roque y pregonero de la Semana
Santa de 1951, redactaba y dirigía la emisión Ierusalem que ponía en antena con
la ayuda del cofrade macareno Juan Marín Vizcaíno, la más antigua de la
radiodifusión hispalense, anterior a “Saeta” de la Cope y, por supuesto, “Cruz
de guía” de la SER.
Quise completar esta oferta radiada y, en 1955, cree “Pregón” un programa semanal que
inmediatamente disfrutó de notable audiencia.
Fruto de estos trabajos fue la entrevista que hice a la
familia Font de Anta en su residencia de la calle Miguel Cid, donde José daba
clases particulares de violín y regía la delegación en Sevilla de la Sociedad
de autores y Julio ejercía su profesión de abogado en el bufete que había
instalado en otra de la estancias de la
planta baja de aquella casa.
Entre una oficina y otra merodeaban sus tres hermanas, siempre
de luto riguroso.
Julio, al término de la charla, me dejó unas hojas de
amarillento papel cebolla impresas con hojas de calco para máquinas de
escribir, que conservo celosamente.
Con los datos que también guardo de aquel programa
radiofónico redacté un capítulo en mi
libro “Días de Cofradías”.
Allí me contaron cómo se compuso “Amarguras”. Les
agradaba recordarlo. Todos lo sabían y lo narraban con tan minuciosa
descripción que no tenían que corregirse.
Se quitaban la palabra de la boca. Aunque, como siempre,
era Julio el que llevaba la línea expositiva.
— Mi padre
se lo había pedido muchas veces...
— Pero él
no lo atendía, absorto siempre en el vértigo de su vida madrileña...
— Entonces
papá acudió a un recurso...
— Y le
mandó por correo a la Torre de los Lujanes, donde él recibía la
correspondencia, una foto de la Amargura...
— Con una
carta en la que le escribía: “Ya que a mí no me haces caso, no creo que a la
Virgen que te mando se lo niegues”.
— ... y le
mandó la partitura original a nuestro padre diciéndole: “Papá, lo que a ti, por
mi mucho trabajo, te he estado negando, no puedo negárselo a Ella”
Todos coincidían en recordar que, según confidencias
posteriores del compositor, la escribió de un tirón en una sola mañana...
Corría 1919.La marcha se estrenó el 13 de abril. Manuel
Font de Anta cumpliría los treinta al término del año.
El compositor mantenía una relación sentimental con una
guapa intérprete de su música, madre soltera de un adolescente que se había
apuntado a la Falange.
En los comienzos de la Guerra Civil, este mozalbete fue perseguido un día por unos milicianos
iracundos que lo siguieron hasta su casa, el apartamento que Manuel compartía
con su pareja en la Torre de los Lujanes.
El chico lo cruzó corriendo, ante el músico que lo miró
sorprendido sentado ante el piano en el
que trabajaba, y escapó por una ventana que daba a un tejado.
Cuando irrumpieron en la estancia, sus perseguidores se
sintieron burlados y pagaron su ira y rencor descargando sus pistolas sobre el
músico sevillano.
Esta versión la leí también en un libro sobre la música
de las cofradías que no tengo ahora a mano.
Sin embargo, hoy, los herederos del artista mantienen
otra distinta que difiere en los pormenores aunque llega al mismo y funesto
desenlace final.
Según ésta, tanto el muchacho como Manuel fueron
apresados y conducidos en una camioneta de la que ambos quisieron escapar por
lo que sus captores se vieron obligados
a disparar acabando con sus vidas.
Este intento de fuga sería imposible, como objeta la
familia, en el caso del músico, imposibilitado para saltar a causa de una
temprana dolencia que afectaba a su movilidad.
Lo cierto es que Manuel Font de Anta fue asesinado por
aquellos milicianos cosa que debería figurar en esa Memoria Histórica que hoy
se maneja tanto.
Sus restos mortales llegaron a Sevilla en la primavera de
1940.
Había mucha emoción en los andenes de la Estación de
Córdoba. La Banda Municipal acudió a recibirlos. Su padre que era su director,
no pudo ir al frente. Se quedó en casa con la madre y la familia. Todos
convertidos en guiñapos por el mismo dolor que humedeció los ojos de los que
fueron a esperar el tren. Sus amigos, la representación del Ayuntamiento, la
del Ateneo, la de la Sociedad de Autores...
Y sonó “Amarguras”.
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