No he leído nunca a Goytisolo. Obvio
es añadir que en mi casa no hay un solo libro de este escritor del que dicen
que es un intelectual español, nació en Barcelona, vive en Marruecos y está
considerado como el narrador más importante de la generación del medio siglo,
de lo que acabo de enterarme buceando en Wikipedia.
Su obra abarca novelas, libros de
cuentos y de viajes, ensayos y poesía. En mi opinión nada excepcional. Conozco
un montón de literatos hispanos que pueden alardear del mismo fruto de su
trabajo. Además es colaborador del diario El País. (Mis conocidos no solo crean
continuamente una irreprochable obra literaria, sino que suelen escribir en los
periódicos todos los días, no esporádicamente como lo hace el señor Goytisolo)
Ahora le han dado el Cervantes.
Lo ha recogido, de manos de un
sonriente monarca, haciéndose destacar con una postura contestaría que ha
reventado ampollas: vestido con atuendo de calle y pronunciando un discurso de
claro matiz político.
Sin embargo, como ha escrito Rafael Narbona en El Imparcial,
la polvareda que ha levantado es un
signo de salud democrática. Escandalizarse revela una deplorable majadería,
pues el sentido de la libertad es crear polémica, discutir, objetar e incluso
fastidiar.
Si bien los libros del
inconformista escritor premiado no ocupan lugar alguno en mi biblioteca,
Cervantes se halla ampliamente representado en ella. Tengo varias ediciones del
Quijote, dos de sus Novelas Ejemplares y diversas publicaciones que glosan la
obra del inmortal manco entre las que conviene destacar la de Rodríguez Marín “Perfiles de la Sevilla
Cervantina ”, imprescindible para conocer las andanzas de don Miguel por estas
tierras.
Y hay más. Cuando en mi infancia cometía alguna diablura, mi
padre me castigaba haciéndome copiar El Quijote. Hoy puedo presumir con orgullo
de haberlo vuelto a escribir después de que lo hiciera su autor.
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