No seré yo quien ponga en la picota
a quien se atreve a coger un micrófono para poner voz descriptiva a lo que
sucede y están viendo los mismos que reciben la descripción.
Guardo para ellos el máximo respeto
porque cada uno de estos receptores puede ser juez y crítico implacable al
disponer de los elementos visuales y auditivos con que comprobar la calidad del
trabajo.
En la radio, los errores pueden
disimularse porque al oyente le es imposible comprobar si el puyazo ha quedado trasero
o el espada muletéa con el pico. En la tele, no. El locutor ha de ceñirse en
sus comentarios estrictamente a lo que sucede en el ruedo.
No es lo mismo, pues, relatar una
corrida para la radio que hacerlo para televisión. Supongo que esto se enseña en
la Facultad. Pero hay quien no se ha enterado todavía y somete al hermoso
espectáculo de una corrida de toros televisada a un insoportable bordoneo que
hasta puede despertar la indignación del telespectador cuando la verborrea
insustancial interfiere la ejecución de un pasodoble.
“Los
hechos son sagrados; las opiniones, libres”, reza el viejo adagio importado
desde las más importantes facultades de ciencias de la comunicación del mundo
occidental. La pareja de comentaristas, que es un invento que procede
de aquellos lejanos tiempos del reinado omnipotente de las emisoras
radiofónicas, debe repartirse los dos papeles: relator y opinante, pero jamás
compartir ambos.
Rueda
por ahí una foto mía, publicada en el libro “Sevilla tras un micrófono” en la
que aparezco en un burladero de callejón de la plaza de toros de la Maestranza
en compañía del recordado Lorenzo Ortiz, “Salustio”, crítico taurino que fue de
la Cope y, más adelante de la Cadena SER, radiando en directo una corrida de la
Feria de 1971. Tal vez fuera aquella en la que asombró Ruiz Miguel cortándole
un rabo a un Miura tras una estocada recibiendo.
Lorenzo
y yo nos pusimos de acuerdo de inmediato. Yo dije lo que pasaba. El, lo que le
parecía. Y así lo fuimos haciendo desde que empezó el serial taurino en el que,
por cierto, Curro Romero cortó orejas todas las tardes.
(PUBLICADO TAMBIÉN EN "SEVILLA TORO. ES")
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