De antiguo se sabe que la juventud
es rebelde, inconformista y arriesgada y que, por el contrario, la madurez y,
por supuesto, la ancianidad son edades que tienden a ser conservadoras.
Si el joven se resigna, malo. Si el
viejo se pinta las canas, peor. Con jóvenes que, a fuerza de incurrir en
excesos de sexo y droga, adelantan su vejez y con gente mayor a la que resulta
detestable adaptarse a sus años, el mundo no avanzaría nunca.
Pero los experimentos, con gaseosa.
Como el tinto de verano. Con blanca o con limón.
La panoplia de las ofertas
quijotescas, desmesuradas o absurdas de los partidos políticos que se presentan
a las próximas elecciones está llena y a cualquier espectador sensato se le
puede erizar la piel cuando le atufan los mensajes de humo que muchos proclaman
con descaro.
Todos, y sálvese el que pueda, se
libran con avisado tiento de los compromisos ineludibles y la acción de los
poderes públicos de entrar a saco en las bolsas ajenas se soslaya hábilmente
exigiendo al adversario su cumplimiento.
Es lo que ocurre con el impuesto de
sucesiones. Que no depende de Rajoy sino de Susana. Morirse en Andalucía es
carísimo. Nuestra Comunidad es una de las regiones españolas que exige tributos
más altos para poder heredar. En contraste con otras comunidades como la
madrileña en la que prácticamente no hay que pagar nada.
Aquí no es una metáfora macabra
afirmar que el fisco nos persigue hasta la tumba.
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