La Madrugada es como es. Y, para acercarse a ella, hay
que lavarse las manos y perfumarse el aliento, como dicen que hacía Manolo
Caracol antes de troncharse sobre la baranda de hierro de un balcón de poca
altura para cantar su saeta acercándose a la cara del Cristo que pasaba.
Hemos padecido otra Madrugada que quiso ser de pánico
como aquella del dos mil de la que han transcurrido quince años y cuyos
pormenores dejé escritos en un libro que titulé así, “Madrugada de pánico” y
casi en la mitad del siguiente, “Nazarenas, dineros y más de la Madrugá”, ambos
editados por la desaparecida Editorial Castillejo.
Quiso, pero no pudo. Afortunadamente. Tal vez porque
aquella, de infeliz memoria, dispuso de unos antecedentes que la motivaron que
no se han dado en ésta. La del dos mil fue una barbaridad que, según todos los
indicios, contó con organizadores adultos (nada de golferías de niños
maleducados) a los que se les fue de las manos. Esta, una consecuencia de la
permisividad y la confianza con actitudes incívicas y leyes y ordenanzas sin
guardia de la porra para hacerlas cumplir.
De la Madrugada indigna recordaba Rafael Navarrete
Bohórquez el pasado día 4 en el Diario de Sevilla:
“Estábamos en la esquina de Laraña con Cuna y a nuestro
lado un chaval de 18 años hablando por móvil: ¿entonces ya habéis empezado?
ahora vamos, y sacando una pistola de su cintura dio dos tiros al aire.
Entonces miro al televisor y veo las famosas imágenes del nazareno de los
gitanos que llega a la Campana corriendo con el bacalao para informar a sus
compañeros de lo ocurrido en Santa Ángela de la Cruz”.
Un testimonio más que añadir a los muchos que, en este
sentido, recogí aquellos días para los dos libros citados.
De esta última destacan la ausencia de histeria colectiva
en el público espectador… los buenos propósitos de las autoridades, reforzados
porque estamos en el delicado tiempo para los políticos de las elecciones
próximas… y la torpeza evidente de quienes se atreven a formular ante cámaras
televisivas o papeles periodísticos taumatúrgicas fórmulas de arreglo
incluyendo nada menos que la posibilidad de una segunda Madrugada.
¿Se puede aventurar una memez mayor?
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