Siempre me habla de usted. En
repetidas ocasiones le he pedido que me apee el tratamiento, pero simula que no
me ha oído y deja de hacerme caso. Sustenta la teoría de que el fracaso en la
escuela empezó el día en que un maestro dijo a sus alumnos que le podían
tutear. Es un hombre mayor, de mi quinta, sentencioso y locuaz, con el que
suelo pegar la hebra de vez en cuando.
He escrito hombre mayor en vez de
anciano porque las palabras preceden a las que emparejan su edad con la que
tengo. Sus arrugas son las mías y el eco de su voz debe parecerse mucho a la
cansada resonancia de mi verbo.
Hoy me confiesa que piensa votar,
pero no sabe a quién. El, que corrió delante de los grises, que guarda en sus
lomos la mordedura amarga de los vergajazos y esperó, hundido en un banco de la
Gavidia, la salida de la comisaria, como perro acosado y molido a palos, de su
amigo íntimo, luchador, como él, por la conquista de las libertades y el
restablecimiento de la Democracia, se siente engañado, traicionado, burlado.
Está cansado de que lo frían con
tributos incomprensibles y hasta de que lo
roben después de muerto con el impuesto de sucesiones.
Pero solo le prometen arreglo los
que atisban en la lejanía la posibilidad de coger las riendas.
Desconfía… desconfía… desconfía…
Detesta los rostros sonrientes de
los que se encaraman con la pretensión de líderes de recambio… maldice el
marketing electoral y a los forjadores de imagen… busca la verdad… la
sinceridad… el cumplimiento.
La urna le espera. El cartero
depositó ayer en su buzón la tarjeta electoral de la oficina del censo.
La mía y la de mi mujer las recogí
también.
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