Veintiún años deseándolo. Y trabajando denodadamente. Y
cumpliendo con rigor y obediencia disposiciones y acuerdos. Ya era hora. El
momento ha llegado y la Hermandad del Rocío de Salteras es al fin la
Filial número 116 de la Matriz de
Almonte.
Atrás quedaron caminos sudorosos y polvorientos con su
madrina Olivares. Y la dureza ardiente del asfalto. Y las incomodidades y
carencias del ir de prestado. Todo se da por bueno. Ha valido la pena. Lo que
mucho vale, mucho cuesta. Bien que lo saben estos ejemplares rocieros
saltereños entusiasmados desde 1993 con la idea de crear la inexistente
hermandad de la villa olivarera que reuniese en un mismo hato los diversos
focos de devoción a la Blanca Paloma dispersos hasta entonces por las arenas de
la aldea entre Gines, Triana, Sevilla, Villanueva y Olivares e
hiciese posible un proyecto que los que saben de estas cosas enraízan nada
menos que en el siglo diecinueve.
Lástima que algunos de aquellos heroicos promotores manifestaran su impaciencia de correr al lado
de la Madre en las Marismas del Cielo y emprendieran antes su último vuelo:
Belisario, Manolo Sevillano, Juan Sosa, Rafael Polvillo, Quino y, sobre todo,
Antonio Silva González, Caliche, Presidente de la Proasociación, Vicepresidente
de la Asociación y hermano mayor de la Hermandad Eclesiástica del Rocío de
Salteras.
Desde su tribuna celeste, junto al querido don José María
Gómez Martín, que tantos años fuera su Director Espiritual, habrán podido dar
fe de lo que bien saben: que la nueva hermandad se incorpora a la nómina
oficial con todos sus avíos: un Simpecado de lujo, una carreta de plata de
homenaje, unas insignias complementarias de envidia, unos frontiles y unos
fajines de bueyes con bordados de categoría y unos proyectos de ampliación y
mejora de lo más ambicioso que darse pueda tanto en lo humano como en lo
espiritual.
¿Quién da más?... ¿Quién quiere más?...
La quinta parte de un siglo ha quedado atrás. Bien
despachada. Hoy Salteras va con Olivares y vuelve con ella misma. Dando
ejemplo. Siendo como es.
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