Era habitual pasar por las armas al brujo cuando la
realidad no confirmaba sus profecías.
Lo veíamos siempre en las pantallas invernales del
Llorens, el Palacio Central o el Coliseo
España o en las veraniegas del Ideal o el Cinema Torneo.
El brujo presidía legiones o mandaba ejércitos de indios
y se tocaba siempre de plumas y otros signos de su dignidad, pero perdía el
mando y la adoración de sus congéneres cuando sus palabras no eran ratificadas
por la contundencia de los hechos. Entonces era agredido y puesto a merced de
las iras del pueblo engañado.
Hay un brujo de nuestros días que todavía ha escapado de
esta reacción indignada de sus súbditos que hasta la hora presente solo tiene
su reflejo en las páginas de la información reglada. Se llama Pedro Arriola y
ha sido hasta ahora el gurú demoscópico de Rajoy.
Llevo
meses leyendo a Luis María Anson, crítico acérrimo de este ínclito asesor que,
para mí, no tiene más que una credencial de resistencia: ser el marido de Celia
Villalobos y no haberse divorciado todavía.
Celia
es una de esas mujeres que, cuando se ponen al volante, marcan con el
intermitente el giro a la izquierda en el
momento anterior de torcer a la derecha. Ser el esposo de esta señora a
la que todavía aguantan en su partido tiene mérito.
En
el PP no caben ni la opinión a favor del aborto de doña Celia, ni las
veleidades amorosas de Alvarez Cascos… Y menos el cubileteo de Rato y los
manejos sucios de los trincones…
Dicen
que dos millones y medio de sus anteriores votantes se han quedado en casa. Son aquellos que no han encontrado representantes legítimos de su defensa de
la unidad de España… del derecho a la vida… de la familia tradicional… de la
educación sobre los valores que siempre han marcado nuestra convivencia.
El
brujo, como siempre, habrá recomendado al jefe de la tribu que se quede erguido sobre el caballo
como si no pasara nada.
Pues
no sabe lo que se le viene encima.
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