El accidente del Airbus gigante
A400M me ha desempolvado los recuerdos de otra catástrofe aérea ocurrida en las
cercanías de Sevilla de la que tuve que informar para Radio Nacional de España.
Sucedió el 12 de octubre, Día de la
Hispanidad de 1962 y conmocionó toda la comarca de Los Alcores donde cayó el
aparato.
Era el avión comercial "Convair
Metropolitan", de las Líneas Aéreas Iberia, que había despegado del
aeropuerto valenciano de Manises a las 12,30 del mediodía para completar el servicio
Barcelona-Valencia-Sevilla, en cuyo aeropuerto de San Pablo debía aterrizar a
las 14,30.
No pudo hacerlo. Posiblemente a
causa de la tormenta de intensa lluvia y
frecuentes rayos que caía, se estrelló antes en un talud del coto
"Trigueros", del cortijo "El Acebuchal”, en Carmona.
El Convair Metrolitan era un avión
bimotor de hélice con capacidad para medio centenar de pasajeros. En aquella
ocasión volaban catorce, entre los que había un menor de edad. Fallecieron
todos y los cuatro miembros del equipo de tripulantes que estaba formado por,
piloto, copiloto, radiotelegrafista y azafata.
Iberia disponía de diecisiete Convair
como éste que fueron bautizados con nombres de monumentos nacionales: Cibeles,
Alcázar, Alhambra..etc .
A la emisora llegó la noticia sobre
las tres y media e inmediatamente dispusimos
el operativo para cubrir el suceso que me tocó a mí, informador novato obligado
por mi bisoñez a bailar con la más fea cubriendo las guardias de los días festivos.
Me fui para Carmona en la
destartalada furgoneta Citroen de la radio conducida por su chófer habitual, el
buenazo y cascarrabias Rivas, que no dejó de protestar durante todo el itinerario
por haberle reventado su día libre. Y con nosotros se vinieron otros compañeros
de la prensa.
Voy a eludir rebuscar en mi memoria
para hacer la descripción de lo que nos encontramos. Si puedo confesar que,
cincuenta y tres años después, no puedo comer carne asada si la he olido antes.
Y que supe entonces el tamaño de muñón torrado en queda convertido un ser
humano cuando se le quema.
En un asiento, del que solo quedaba
su ennegrecido esqueleto metálico, encima de uno de estos tizones, aun
humeantes, otro de menor tamaño se
abrazaba a él.
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