La funcionaria de la oficina
postal que suelo visitar para tramitar mis asuntos por el tradicional servicio
de correos miró y remiró las cartas que le llevaba para ser franqueadas y
remitir a sus destinos. Olisqueó los sobres. Los acarició. Y me dijo: se las
voy a llevar a mi jefe para que disfrute también.
Esto me sucedió el año
pasado por estas fechas cuando yo, para felicitar las Navidades a familiares y
amigos, había empleado unas hojas de papel crema sobre las que escribí a mano
con pluma de tinta líquida y cursé dentro de unos sobres con aire artesano como
si regresara a muchos años románticos dejados atrás.
Voy a hacer lo mismo ahora
que Diciembre se asoma en el almanaque con el regusto de conferir a mis deseos
escritos de paz y felicidad un aspecto
de sobriedad y distinción.
Ahora, por si fuera poco,
respaldado por una noticia que ha divulgado la Comisión Nacional del Mercado y
la Competencia según la cual dos de cada tres españoles (el 63,1% de
la población) ya no reciben ni envían cartas postales a otros particulares y, de
igual forma, más de la mitad (el 53,9%) de los ciudadanos no ha visitado nunca
una oficina postal en los últimos seis meses y quien lo ha hecho ha sido para
recoger envíos y paquetes.
Me explico el gozo de la
funcionaria y me reafirmo en mi voluntad de rescatar o, por lo menos, mantener
estas costumbres que el avance tecnológico se esfuerza en ir borrando de
nuestras vidas.
He vuelto a comprar el papel
crema y los sobres verjurados. Reposadamente he dispuesto sobre la mesa de mi
escritorio este recado de escribir. Ya estoy imaginando la sonrisa satisfecha
de la funcionaria de Correos.
Y me agrada que me venga a
la memoria la canción de Roberto Carlos:
Yo soy de esos amantes a la antigua que suelen todavía mandar flores…