Nos recomiendan que adelantemos las compras navideñas y
ello implica anticiparnos esa duda que nos inquieta y hasta llega a desvelarnos
el sueño: ¿compramos o no compramos champan?...
He aquí la pregunta incisiva, la que muerde nuestra
conciencia de unidad hispana si la respuesta es afirmativa o nos sume en el
desasosiego de la atribución vengativa e injusta si el resultado arroja un no,
engallado y justiciero.
¿A los que se quieren ir les vamos a dar nuestro
dinero?... ¿A esos que nos culpan de sus propios males y gritan sus denuestos
contra nuestro viejo solar?
Pero ¿es sensato que generalicemos… que hagamos pagar a
justos por pecadores?...
Josep Bou, presidente de Empresarios de Cataluña declaraba
días pasados en Onda Cero que casi mil empresas se han ido a otras comunidades
desde que empezó el proceso soberanista.
Ellos son conscientes del daño que Artur Mas y sus
cómplices han causado a la economía catalana del que puede ser un dato
significativo que las inversiones de otros países han descendido un 15,8 %.
Pero sigue permaneciendo la interrogante aun sin
respuesta válida. ¿Compramos, sí o no?
Sin duda una de las pruebas del algodón de la vinculación
enraizada del vino espumoso que corona los brindis de las fiestas que se
aproximan con las costumbres españolas es el champan. Los bodegueros no han
encontrado sustituto. En todo caso han trasladado la fórmula y lo hacen en
Extremadura, pero no es lo mismo.
Falta imaginación. Sería temerario sugerir una
sustitución del cava por rebujito. Y, si esto es así, la respuesta se alza
desoladora: el champan no tiene sustituto. Habrá que aceptarlo rechazando en
cualquier caso todo el que no haya sido elaborado en algunos de estos lugares
de la hidalga España que acoge a los empresarios que huyen de esa maltratada
Cataluña con la que especula una pandilla de egoístas insensatos.
A más de uno nos gustaría que el Freixenet se produjera
en Badajoz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario