Cesar Antonio Molina ha dicho en una larga entrevista que
nadie nos ha enseñado a amar a España. Mala cosa he hecho antes de irme a la cama.
Leerme el trabajo periodístico de cabo a rabo. Ahora no podré dormir. Las
noticias tristes y desagradables no deben recibirse en los momentos previos a
darse al reposo. La posibilidad de
enhebrar las horas sumido en una interminable desvela es inmediata.
No me explico cómo un político tan torpe pudo haber
escogido a un pensador a mi modo de ver tan lúcido. Porque al señor Molina lo
sentó en el equipo de gobierno el criticado Zapatero. Y tampoco llego a
comprender como en sus tiempos con la cartera de Cultura en sus manos no se esmeró
en corregir esta situación a la que ahora se refiere. O sí lo hizo y comprendió
que era tarde.
Pero es verdad. Mucho más han hecho los que han levantado
críticas contra la patria común que los que se han esforzado en destacar sus
virtudes.
¿Por qué se cedió la educación? ¿Por qué la democracia no
ha logrado explicar la historia de España? Hay una tergiversación de los hechos
históricos para valorarlos de manera distinta.
Eso ha dicho el exministro al que el ínclito Zapatero
quitó de en medio de la noche a la mañana sin darle muchas explicaciones.
La consecuencia la estamos viendo estos días en los que
hay muchos que quieren terminar con el periodo más largo y fructífero de
nuestra historia reciente saltándose a la torera todas las normas de
convivencia.
Convivencia. Eso demostró el otro día el guardia civil
que a los incivilizados secesionistas que le habían montado un escrache a las
puertas de su casa en Barcelona donde le habían alojado, salió al balcón y les
cantó un fandanguillo.
Cataluña y Andalucía. Qué pena que haya quien no deje a
las dos comunidades convivir en paz.
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