Siempre he huido de los apretones, de las bullas, del
gentío agrupado y compacto andando de espaldas ante los pasos. Nunca me he
sentido cangrejero ni he jugado a serlo,
ni a probarlo siquiera.
Creo además y así lo he expresado en más de una ocasión,
que los pasos se ven de lejos, con cierta perspectiva que permita apreciar la pericia
del capataz y el trabajo esforzado de la cuadrilla de costaleros.
Menos con la Macarena. La Macarena siempre me ha atraído poderosamente.
Y no sé por qué. Cerca de Ella me he
sentido tornar a mi niñez y a verme otra vez sediento de ese cariño, amparo y comprensión
que solo pueden proporcionar las madres.
Por eso cuando entro en la Basílica me voy a los primeros
bancos y cuando la Virgen está en la calle y puedo acercarme a Ella me sumerjo
en el gentío que continuamente precede al discurrir de sus andas.
A la Macarena no le digo nada. Aunque quisiera. La miro y
se me confunden las palabras que darían forma a las suplicas, peticiones o alabanzas
por donde discurriría mi pensamiento.
Y ahora he descubierto que a mi nieta Marta le ha
acontecido lo mismo. Le ha ocurrido esta última Madrugada sin que yo le
advirtiera que podría sucederle.
Mi nieta se halla ahora en esa época preciosa de convertirse
de niña en mujer. Iba de la mano de su madre, que ejerce cada año su sevillanía
cofrade de mucha autenticidad y se enfrentó de golpe a la cara de la Esperanza.
No lo pudo evitar: se le humedecieron
los ojos sin saber explicar por qué y así permaneció temblorosa y sorprendida hasta
el final del encuentro.
Esperanza de la bulla,
que caminas a empujones:
Tengo siempre mil razones
que mi ser cofrade arrulla
para que, de ella, no huya
retenido en su cadena.
Y es tan dulce esta condena,
que, por eso, la prefiero
y me siento prisionero
de la bulla macarena
1 comentario:
Es difícil contener la emoción ante la Esperanza Macarena. Es sus ojos está el dolor del pueblo y al tiempo su alegría. Su aparición tras el revirar del palio por cada esquina, a pesar de esperado, nos sorprende. Nos marcharemos de este mundo soñando con Ella y al despertar, jamás volveremos a alejarnos de su semblante. Nazareno del Señor unas madrugás y del Cristo de las Tres Caídas otras, siempre que miro a la Esperanza las lágrimas se apoderan de mis ojos. Algunos no lo entienden, como trianero que soy, aunque esas son las cosas de Sevilla que nadie podrá cambiar. Un gran abrazo querido maestro a 50 semanas de revivir, lo que a pesar de cercano, parece haber ocurrido hace siglos. Dicen que las nostalgias envuelven tiempos pretéritos, en mi caso parece que hace un siglo que me desprendí de mi túnica de nazareno de la Soledad de San Lorenzo, a pesar de haber transcurrido únicamente horas. Eterna Semana Santa, eterna Esperanza nuestra.
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