Afortunadamente existe el canal televisivo Movistarplus
toros. Y, además de transmitir la corrida en directo, queda grabada y puede
reproducirse a voluntad porque el festejo de ayer en la Maestranza fue un
espectáculo histórico que puede situarse a altísimo nivel y debe ser conservado
como pieza valiosa.
Me atrevo a decir que los telespectadores disfrutamos más
que el público que acudió a los tendidos de la plaza hasta que se colgó el
codiciado cartel de “No hay billetes”. Los diferentes ángulos de visión, la
diversidad de encuadres y la riqueza de primeros planos tanto de actuantes,
como de asistentes, conocidos o no, conferían a las imágenes y a su
acompañamiento ambiental y sonoro una riqueza expresiva extraordinaria,
Y Sevilla fue Sevilla y encontró al torero que necesitaba
en estos tiempos de tanto embate estúpido y tanta crítica interesada a la
Fiesta de los toros. Ayer le entregó el cetro a un muchacho morenillo que ha
pisado el albero maestrante después de haber visto muchas películas de Pepe Luis
Vázquez, de Manolo González y de Curro Romero. Sabio, valiente, pinturero,
artista. Se llama Pablo Aguado y está tocado por la gracia sevillana y
revestido del empaque de las grandes figuras.
Tan necesario estaba siendo y tanto intuían su revelación
los poseedores de los secretos del toreo que grandes señores de la torería de
ayer y de hoy, Pepín Liria y Julián López el Juli, por ejemplo, se sentaron en
los tendidos a la espera del milagro. Y Morante, que se hallaba entre los componentes
del cartel de actuantes, resucitó el quite del bú, corriendo delante del toro a
la salida de una vara con el capote a la espalda como atestiguan las fotos que
hacía Joselito el Gallo.
Hubo un momento sublime que recogieron cámaras y
micrófonos. Toreaba sensacionalmente por bajo Pablo Aguado y sonaba el
pasodoble “Suspiros de España”. Callaron los comentaristas. La pantalla del
televisor se convirtió en un luminoso escenario de arte y de cultura. Para
volverlo a ver mil veces más.
Luego al nuevo monarca taurino que acababa de ser proclamado
frente a Triana, la Torre del Oro y el Guadalquivir la multitud lo sacó en
hombros por la Puerta del Príncipe.
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