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Ahora que, con motivo de haberse
cumplido el pasado uno de abril, los veinticinco años de que lo diera, se ha
vuelto a hablar de mi Pregón, he caído en la cuenta de que tuve un olvido
imperdonable.
Al recordar a los formadores de
cofrades desde su infancia, me referí a las abuelas, pero no hablé de los
“paveros”. Denominación de explicación casi inédita y de clasificación difícil
en la descripción tradicional de los puestos que ocupan los nazarenos en una
cofradía.
El “pavero” no porta ni insignia ni
vara. Tampoco es penitente de cruz. Ni hermano de luz con un gregario cirio.
Actúa como celador, pero su canastilla contiene un inesperado conjunto de
elementos complementarios de los habituales para encender y aderezar túnicas más propios de una guardería que de
un tramo de hermandad penitencial.
Ahora bien, su labor es
indispensable en aquellas cofradías en las que salen niños. Amigo de confianza
de padres y tutores… compañero, confidente y colega de los más pequeños
nazarenos, el celador de estas secciones infantiles, abraza con fruición este
cometido, nada fácil de desarrollar, que exige unas cualidades excepcionales y
una vocación decidida.
En la Feria hay una caseta para
niños perdidos…en las playas y en los clubes veraniegos de piscinas, se pierden
también los niños…pero jamás ha tenido que montar el Consejo un punto de
reunión para extraviados niños nazarenos. El oficio de los “paveros” se muestra
así en toda su desconocida grandeza.
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(Intento remediar mi olvido pregoneril
con estas sencillas líneas y se las dedico a Fernando Ramirez Ruiz, el “pavero”
de mis nietos Ángela, Lucía, Ignacio, Marta y Manolete en la cofradía de la
Soledad de San Lorenzo, con admiración y agradecimiento)
1 comentario:
Don Jose Luis, conocerle el sábado santo fue la mayor de mis alegrías en esta semana santa. Gracias por su cariñosa atención. En Córdoba tiene usted su casa. Un abrazo.
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