No hay ciudad ni pueblo de mediana importancia para
arriba que no convierta desde el atardecer hasta la madrugada del cinco de
enero en la noche de las Cabalgatas. Y no hay televisión ni radio que se precie
que no tire la casa por la ventana rivalizando en llevar estas caravanas
luminosas a todos los hogares.
Parece un trabajo sencillo, pero no lo es en modo alguno
aunque la técnica cada vez más sofisticada permita diabluras audiovisuales a
bajo coste, Y lo que se echan de menos son los buenos comentaristas. Los hay
sin duda, pero cuántas descripciones superficiales, cuánta vaciedad…cuánta
pobreza de léxico y cuantas vocalizaciones confusas encubiertas en una
pervertida forma andaluza de hablar…
Y ¡mira que el espectáculo da juego!... Empezando por los
mismos monarcas orientales, que a pesar de mostrarse coronados, no debieron
usar corona nunca. Eran sabios estrelleros. Singulares y extraños. Escrutando
el cielo, vieron la estrella que les condujo a Belén. Sin GPS. Sin brújula.
Era justo que fuesen a inclinarse ante Jesús: lo habían
hecho ya las bestias como representantes de la naturaleza. Y los pastores a los
que había invocado el ángel, representando al pueblo. Ahora llegaban ellos que
eran el saber.
Y abriendo sus tesoros ofrecen al Recién Nacido oro, incienso y mirra.
Ofrenda de los hombres a Dios. Pero ¿cómo es posible…si
la Escritura dice que toda dádiva y todo don perfecto de arriba vienen?...
Porque dar es propio de enamorados y el oro de Melchor es
el de la larga sabiduría que pregona su barba encanecida, el oro fino del
desprendimiento del dinero. Y el incienso de Gaspar, el de los deseos que se
ponen en el altar de las ofrendas. Y la mirra de Baltasar, la premonición de
que el Hijo de María morirá joven.
Los niños de Jerusalén rodearon el cortejo como los niños
de ahora haciéndose preguntas parecidas a las que pueden formular éstos desde que a comienzos
del siglo pasado lo creara el poeta del Ateneo sevillano José María Izquierdo:
¿De dónde los magos vienen?...
¿Dónde se hallaba el tropel
de carrozas de papel
que desfilan y entretienen?
¿Cómo los Reyes convienen
venir de tierra lejana
con esa bendita gana
de hacer en la misma noche
en todas partes derroche
sin esperar a mañana?
¿Cómo llegan?... ¿De qué cielo?
¿Qué afilado minarete
será torre de cohete
para control de su vuelo?
¿Cómo, se dice el chicuelo,
que vengan volando tanto
con la corona y el manto
en esos tronos de flores
a los que arrastran tractores?
¿Cómo se hace este encanto?...
Y la respuesta es sencilla
y está llena de cariños:
Sevilla piensa en los niños
y a ellos se da Sevilla.
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