Creo que fue un filósofo árabe el que dijo “la locuacidad es plata. El silencio, oro.
Prefiero el oro”. Y se quedó callado. Ignoro hasta cuando, pero al filo de esa
sabiduría, imagino que hasta cuando juzgase oportuno hablar. Es decir cuando
todos a su alrededor guardasen compostura, cerrasen sus boquitas y aguzasen sus
oídos. Exactamente todo lo contrario que sucede en esas reuniones en los platós
de las diferentes televisiones en los que se sientan unos personajes que no
dejan hablar a nadie, que se olvidan de las buenas formas y gritan, manotean y
convierten el set en escenario chirriante de sainete antiguo.
No ha habido en los días que corren nadie en estas emisiones
que no haya comentado las palabras del rey… (sin haberlas oído previamente) que
no haya formulado las más peregrinas cábalas sobre el futuro gobierno (sin
disponer obviamente de datos sobre su formación)… que no haya aventurado si va
a llover o no en febrero y si la bajada del crudo al fin la notaremos cuando
llenemos el depósito del coche.
Y, mientras tanto, va un gracioso, se hace pasar por el
nuevo presidente de los catalanes, telefonea a la Moncloa y le pasan directamente con Rajoy.
Pero ¿esto qué es?
¿A mí me dice siempre la voz metálica de la señorita que
me atiende cuando llamo al señor que se cree importante que está reunido y con
el jefe del ejecutivo que, aunque se halle en funciones, es el jefe del
Gobierno, se puede hablar directamente?
No sé. No entiendo nada.
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