No lo puedo evitar, el compañero Sánchez me ha parecido
siempre ese marinerito busca broncas que aparecía en las películas de la Metro
en blanco y negro que proyectaba el cine San Vicente desde las cinco de la
tarde.
El cine se cerró. Y en su lugar hay pisos. Y el
marinerito dejó su figuración fílmica cuando en el tiempo nuevo las series
televisivas son más pródigas en puñetazos y disonantes gritos.
También al marinerito Sánchez le tienen preparada ya la
horma de su zapato que no es de varón sino de mujer inteligente, y tal vez de
agujas.
Pero, mientras tanto, el marinerito está en activo y hoy,
tal vez aconsejado, esperpénticamente como siempre, por ese trío de becarios de la
política que constituye su estado mayor, ha aparecido ante los informadores tras
su entrevista con el monarca como si ese
parto de los montes de articular nuevo gobierno hubiese tenido un final feliz.
Yo estaba distraído con mis cosas en el ordenador cuando
mi santa que se traga todos los días la sesión doble de novelas por la tele en
Antena tres que son como las de Sautier Caseseca con las voces del cuadro de
actores de la Cadena Ser de mis tiempos mozos, me llamó alborozada.
El marinerito estaba
protagonizando una última hora con semblante feliz. ¡Ya está!, me dije.
Estos tíos han sido capaces de alcanzar un acuerdo in extremis. Pero, qué va. Lo
único que destacaba era el parpadeo en rojo del letrero que situaba la emisora
sobre la imagen: Última hora.
La última hora ha sido la hora oxidada de estos últimos
cuatro meses. Rajoy lo confirmaba más tarde. Es preciso volver a las urnas. El
señor Cayo agita su voto desde las páginas del magistral Delibes.
¡Y venga
gastar dinero!
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