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Antes de la Feria del ocio se sitúa la Feria de los
trabajos previos. Los que se llevan a cabo para montar ese prodigio de luz y
color. Alguien la denominó la Feria del Ladrillo, aunque debió haber dicho la
Feria de la lona, material imperante en la erección de esta ciudad efímera.
A su término, cuando ya se había instalado ese conjunto
de viviendas provisionales en las que los sevillanos suelen trasladar sus
residencias durante las jornadas feriales, los que habían participado en esos
esfuerzos solidarios, se reunían sudorosos para contemplar su obra y se
convidaban a un pescado, costumbre muy provechosa heredada de los priostes de
las cofradías que hacían lo mismo después de haber fundido la cera en un paso
de palio.
De ahí vino la costumbre del pescao frito en la noche
inaugural del alumbrado que concita aquiescencias generales y se ha
institucionalizado.
Esa costumbre culinaria seguida hoy sin disidencias en el
universo ferial, dispone ya de fórmulas nuevas. Una es la de la “pega de
carteles”, que, por la mudanza de los tiempos, no deriva de las cofradías, sino
de las campañas electorales, y es la reunión previa de los socios de una caseta que
suele tener lugar el sábado anterior al lunes del pescaito, a mediodía, en la
que las familias, con el pretexto de dar los últimos toques al exorno casetero
se convidan con los mejores manjares que
llevan de sus casas.
Lo importante es comer, beber, cantar, bailar y estrechar
amistad con los amigos.
También empezarán las jornadas de gastar euros con los
niños en la Calle del Infierno.
Lo de siempre. El vasco y el catalán inventaron la Feria
para ganar dinero y los sevillanos la aprovecharon para gastarlo. Así seguimos.
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