El agua se va. Al menos por ahora.Y tenemos la Feria a la
vuelta de la esquina.
Hizo fortuna la frase que acuñó aquel que, buceando en
los orígenes del universal festejo sevillano, escribió que la Feria de Sevilla
la inventaron un catalán y un vasco. Despropósito colosal que, de ser creído, nos
sitúa a los nacidos en la histórica Híspalis a la altura de las alpargatas en
tanto que encumbra a los naturales de la Vasconia antigua y la Cataluña de la
butifarra a las inmarcesibles alturas de la invención social y el arte
figurativo.
La frase es incierta, confusa y mentirosa. Tanto como si
la hubiera parido el ciudadano Sánchez cuando se atreve a decir con toda la
cara de mármol cemento del mundo que todos los españoles que han votado a Rajoy
lo que quieren es que se vaya y le deje su sillón a él.
Narciso Bonaplata que era el catalán y José María Ybarra,
que así se llamaba el vasco, propusieron al Conde de Montelirios, Alejandro
Aguado, por más señas, que ocupaba la alcaldía sevillana, una feria comercial
para activar la economía de la ciudad, y eso fue lo que inventaron: una feria
mercantil, lo que hoy denominaríamos una feria de muestras, que, como entonces
las únicas muestras que llegaban a la urbe eran las que procedían del campo, se
limitó a los mejores productos ganaderos y algunos añadidos complementarios
fruto de la tierra.
Con los ejemplares de las crías equinas, vacunas,
caprinas y algunas más viajaron los tratantes y corredores de compra y venta y
con ellos sus mujeres que se alojaron cerca del ganado que traían en tiendas y
tenderetes de campaña durante los tres días que duró la muestra.
Esta fue la Feria. Nada de casetas con el frontón que
pintara Bacarisas, ni desfile mañanero de carruajes tirados por briosos
caballos y uncidos a la larga, ni mocitas a la grupa. Una reunión de ganaderos,
agricultores y tratantes para comprar y vender.
Luego, Sevilla y los sevillanos hicieron lo demás
que fue gastarse el dinero que obtenían
en sus transacciones en comer, beber, bailar e invitar a los amigos. Este
resultó, de verdad de la buena, el nacimiento de la Feria de Abril.
Los hombres siguieron usando sus atuendos tradicionales
de chaquetilla corta y sombrero ancho y las mujeres su ropilla de color para
estar en casa que, con gracia y garbo, adornaban con volantes en los bajos.
Dieron origen así al traje de flamenca. El que hoy visten las niñas guapas. No
el de faralaes que se ponen las cursis que de esto no saben ni la mitad.
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